Kitto, en la Biblia pictórica, tiene la siguiente nota sobre 2º Samuel 22: «Esto es
igual que el Salmo
18».
La prueba de la grandeza
de este Salmo está en el hecho de que ha pasado la prueba de
toda clase de
traducciones e incluso versos, que han resultado divinos. Quizá la gran maravilla del mismo, aparte de la poesía del descenso, es la exquisita y sutil alteración del Yo y el
Tú. George Gilfillan,
en Los bardos de la Biblia
El que quiera
ser sabio, que lea los Proverbios; el que quiera ser santo, que lea los Salmos.
El santo
David, estando cerca de la orilla, mira aquí los
antiguos peligros y liberaciones, experimentados con un
corazón agradecido, y escribe este Salmo para
bendecir al Señor; como si cada uno de nosotros, una vez entrado en años, repasara la vida y observara las bondades maravillosas y la
providencia de Dios hacia él, y entonces se sentara
y escribiera un humilde recordatorio
de las misericordias más notables, para consuelo propio y para la
posteridad;
una excelente idea.
Después que David ha acumulado sobre Dios todos los nombres dulces
que puede imaginar (vers.
2), como verdadero santo cree que nunca puede hablar bastante bien de Dios, o
demasiado mal de sí mismo, y entonces empieza su narración.