Bienvenidos a Hijos Obedientes

“Como hijos obedientes, no vivan conforme a los deseos que tenían antes de conocer a Dios. Al contrario, vivan de una manera completamente santa, porque Dios, que los llamó, es santo; pues la Escritura dice: "Sean ustedes santos, porque yo soy santo".

1 Pedro 1:14-16.-


viernes, 28 de octubre de 2011

Salmo 5: Oración pidiendo protección de los malos.-

Para la persona devota hay aquí una vista preciosa del Señor Jesús, del cual se dice que en los días de su carne ofreció oraciones y súplicas con gran clamor y lágrimas.

1 Escucha, oh Jehová, mis palabras; considera mi meditación. 2 Está atento a la voz de mi clamor, Rey mío y Dios mío, porque a ti oraré. 3 Oh Jehová, de mañana oirás mi voz; de mañana presentaré mi oración delante de ti, y esperaré.

Escucha, oh Jehová, mis palabras; considera mi meditación. Las palabras no son la esencia, sino sólo el ropaje de la oración (C. H. S.).
La meditación es el mejor comienzo de la oración, y la oración es la mejor conclusión de la meditación (George Swinnock).
Es cierto que la mayor parte de los hombres desgranan oraciones vanas, lánguidas e ineficaces, indignas de ser escuchadas por el bendito Dios, de modo que parecen hasta cierto punto dar la evaluación de ellas, ya que ni esperan éxito en sus peticiones, ni tampoco tienen después solicitud alguna sobre las mismas, sino que lanzan palabras al viento, que son realmente vanas (Robert Leighton).


Observe el orden y la fuerza de las palabras «mi lamento», «la voz de mi clamor» o
de «mi oración»; y también «está atento», «considera», «escucha». Estas expresiones son todas ellas evidencia de la urgencia y energía de los sentimientos y peticiones de David.
Primero tenemos «da oído», esto es, «escúchame». Pero sirve de poco que sean escuchadas las palabras a menos que el «clamor», o meditación, sea considerado. Es como si dijera: no puedo expresarme ni hacerme entender como quisiera; por tanto, oh Dios, entiende mis sentimientos mejor de lo que soy capaz de expresarlos con palabras (Martin Lutero).

La voz de mi clamor. Para un padre amante, el clamor de los hijos es música, y tienen sobre él una influencia que su corazón no puede resistir.

Mi Rey y mi Dios. Observe cuidadosamente estas palabras: «Mi Rey y mi Dios.» Son el meollo de la oración. Aquí el gran argumento por el cual Dios debe escuchar la oración es porque El es nuestro Rey y nuestro Dios. Nosotros no somos extraños a El: Él es el Rey de nuestro país. De los reyes se espera que escuchen las solicitudes de su propio pueblo. Nosotros no somos extraños para El; somos adoradores suyos, y El es nuestro Dios; nuestro por el pacto, la promesa, el juramento y por la sangre (C. H. S.).

Oirás mi voz. Observe, esto no es tanto una oración como una resolución. Sin oración no valdría la pena vivir.

En la mañana. Una hora en la mañana vale dos por la noche. En tanto que el rocío está sobre la hierba, que la gracia descienda sobre el alma. Demos a Dios las mañanas de nuestros días y la mañana de nuestras vidas. La oración ha de ser la clave del día y el cerrojo de la noche (C.H. S.).
«En los días de nuestros padres», dice el obispo Burnet, «cuando una persona llegaba temprano por la mañana a la puerta de su vecino y deseaba hablar con el dueño de la casa, era costumbre que los siervos le dijeran con franqueza: «Mi amo está orando», del mismo modo que ahora dicen: «Mi amo está en la cama».

Me presentaré delante de ti, y esperaré. Colocaré mi oración en el arco y lo dirigiré hacia el cielo, y luego, cuando dispare la flecha, miraré para ver adónde ha ido a parar. Pero el hebreo tiene todavía un significado más pleno que esto: «Dirigiré mi oración.»
Es la palabra que es usada para poner en orden la leña y los trozos de la víctima sobre el altar, y que se usa también para poner el pan de la proposición sobre la mesa. Significa precisamente esto: «Ordenaré mi oración delante de Ti»; la pondré sobre el altar por la mañana, tal como el sacerdote dispone el sacrificio matutino.
Ordenaré mi oración, o como Master Trapp dice: «Pondré en orden de batalla mis oraciones», las pondré en orden, y las colocaré en sus lugares apropiados, para que pueda orar con toda mi fuerza, y orar de modo aceptable.
Voy a mirar, o como podría traducirse mejor el hebreo: «voy a observar a estar observando la respuesta. Después de haber orado, esperaré que venga la bendición.» Es la palabra que se usa en otro lugar donde leemos de los que velan esperando la mañana. ¡De este modo velaré observando tu respuesta.
¡Oh, Señor! Voy a disponer mi oración como la víctima sobre el altar, y miraré y esperaré recibir la respuesta por el fuego del cielo al consumir los sacrificios. ¿No nos perdemos mucho de la dulzura y eficacia de la oración por falta de una meditación cuidadosa antes de ella y de una expectativa anhelante después?

La oración sin fervor es como cazar con un perro muerto, y la oración sin preparación es ir a la caza con un halcón ciego. Dios hizo al hombre, pero El usó el polvo de la tierra como material; el Espíritu Santo es el autor de la oración, pero El emplea los pensamientos de un alma fervorosa como si fuera oro con que formar un vaso. ¡Que nuestras oraciones y alabanzas no sean como los destellos de un cerebro llameante y apresurado, sino como el ardor constante y seguro de un fuego bien encendido!

Somos como el avestruz, que pone sus huevos y no se preocupa de sus pequeños. Sembramos la simiente, pero somos demasiado indolentes para recoger la cosecha. Que la preparación santa se una a la expectativa paciente, y tendremos respuestas mucho más abundantes a nuestras oraciones (C. H. S.).

David quería dirigir su oración a Dios y mirar; no al mundo y su corrupción, sino a Dios y a lo que El diría (Wm. Gurnall).

Y si crees, ¿por qué no esperas? Oh cristiano, mantente junto a tu oración con la expectativa santa de que has conseguido el crédito de la promesa (Wm. Gurnall).

4 Porque tú no eres un Dios que se complace en la maldad; el malo no habitará junto a ti. 5 Los insensatos no estarán delante de tus ojos; aborreces a todos los que obran iniquidad. 6 Destruirás a los que hablan mentira; al hombre sanguinario y engañador abominará Jehová. 7 Y yo por la multitud de tu misericordia entraré en tu casa; y adoraré hacia tu santo templo en tu temor.

Porque Tú no eres un Dios que se complace en la maldad. «Cuando oro contra los que me tientan» dice David-, «oro contra las mismas cosas que Tú mismo aborreces». Tú aborreces el mal. Aprendamos aquí la solemne verdad del aborrecimiento que el Dios justo ha de tener hacia el pecado (C. H. S.).
Un hombre que corta con un cuchillo sin filo es la causa del acto de cortar, pero no del cortar mal; la causa de esto es el cuchillo; o si un músico toca un instrumento que está desafinado, él es la causa del sonido, pero no de la desafinación; la causa de ésta son las cuerdas desafinadas; o cuando un jinete cabalga un caballo que cojea y lo espolea, el jinete es la causa del movimiento, pero el caballo produce el movimiento a sacudidas; de la misma manera, Dios es el autor de toda acción, pero no del mal de esta acción; la causa de esto es el hombre (Spencer, Cosas nuevas y viejas).

El malo no habitará junto a Ti. ¡Oh, qué insensato es intentar hospedar a la vez a dos invitados hostiles entre sí como son Cristo Jesús y el diablo! Puedes tener la seguridad de que Cristo no va a vivir en la sala de tu corazón si al mismo tiempo hospedas al diablo en el sótano de tus pensamientos (C. H. S.).

Aquí se nos presenta al Señor apartando a los malos y parece que lo hace en seis pasos.
1.- No tiene placer en ellos.
2.- Ellos no habitan con El.
3.- Los echa de si, no estarán ante su vista.
4.- Su corazón se aparta de ellos: «aborreces a los que hacen iniquidad»
5.- Su mano se vuelve contra ellos: «Tú destruirás a los que hablan mentira»
6.- Su Espíritu se levanta contra ellos, y se aleja de ellos: «el Señor abomina al hombre sanguinario y engañador».

Los que obran iniquidad. Tal es el pecado cometido con tesón, como si dijéramos, algo artificial, con esmero y cuidado para conseguir un nombre para sí, como si tuvieran la ambición de ser contados como profesionales, que no se avergüenzan de hacer aquello de que deberían avergonzarse; éstos, en el sentido estricto de las Escrituras, son los obradores de iniquidad. Por ello, note que estos pecadores nefandos hacen del pecado su oficio, su ocupación. Aunque cada pecado es una obra de iniquidad, con todo, sólo algunos pecadores son obradores de iniquidad; y éstos que son llamados así, hacen del pecado su profesión (Jos. Caryl).

Los insensatos no estarán delante de tus ojos. Los pecadores son insensatos ampliados. Un pecado pequeño es una gran locura, y la mayor de todas las locuras es un gran pecado.

Aborrece a todos los que hacen iniquidad. No se trata de un desagrado leve sino de un aborrecimiento a fondo el que Dios tiene hacia todos los que hacen iniquidad. El ser aborrecido por Dios es una cosa terrible. Seamos fieles advirtiendo a los malos que nos rodean, porque sería una cosa terrible para ellos el caer en las manos de un Dios airado (C. H. S.).
Qué cosa tan asombrosa es el pecado, que hace del Dios de amor y Padre de misericordias un enemigo de sus criaturas, y que sólo puede ser purificado por la sangre del Hijo de Dios (Thos. Adam, pensamientos privados).
Si un hombre aborrece a un animal venenoso, aborrece aún más al veneno. La fuerza del aborrecimiento de Dios es hacia el pecado, y por ello nosotros también deberíamos aborrecer al pecado, y aborrecerlo con toda nuestra fuerza; es una abominación para Dios, por lo que debería serlo para nosotros (Wm. Greenhill).
Los obradores de iniquidad han de perecer (Lucas 13:27). David Clarkson.

Destruirás a los que hablan mentira. Los que hablan mentira deben ser castigados como los obradores de maldad. Todos los mentirosos tendrán su porción en el lago que arde con fuego y azufre (C. H. S.).
Sea que mientan en broma o que mientan en serio, todos los que mienten (si no se arrepienten) irán al infierno en serio (John Trapp).
En el mismo campo en que Absalón presentó batalla contra su padre estaba el roble que fue su horca. La mula en que cabalgaba fue su verdugo, porque la mula le llevó al árbol, y su cabello, del cual se gloriaba, sirvió como cuerda para dejarlo colgando. Poco saben los malvados que todo lo que ahora tienen será una trampa o lazo para ellos cuando Dios empiece a castigarlos (Wm. Cowper).

Mas yo por la abundancia de tu misericordia entraré en tu casa. ¡Qué versículo tan hermoso es éste! Las palabras y el sentido de las mismas llevan consigo un poderoso contraste. Porque hay dos cosas a las cuales estamos sometidos en esta vida: la esperanza y el temor, que son, como si dijéramos, las dos fuentes de Jueces 1:15, la de arriba, y la de abajo. El temor viene al considerar las amenazas y juicios terribles de Dios; pero la esperanza viene de considerar las promesas y dulces misericordias de Dios (Martin Lutero).

Por la abundancia de tu misericordia. No entraré en ella por mis propios méritos; no, tengo una gran multitud de pecados y, por tanto, entraré por la abundancia de tu misericordia (C. H. S.).

8 Guíame, Jehová, en tu justicia a causa de mis enemigos; endereza delante de mí tu camino. 9 Porque en su boca no hay rectitud; sus entrañas son perversidad; sepulcro abierto es su garganta; con su lengua lisonjean. 10 Destrúyelos, oh Dios; caigan por sus propios consejos; por la multitud de sus transgresiones échalos fuera, porque se rebelaron contra ti. 11 Pero alégrense todos los que en ti confían; para siempre den voces de júbilo, porque tú los defiendes: En ti se regocijen los que aman tu nombre. 12 Porque tú, oh Jehová, bendecirás al justo; lo rodearás de benevolencia como con un escudo.

Guíame, Jehová. Es seguro y agradable andar cuando el Señor nos guía.

En tu justicia. No en mi justicia, porque ésta es imperfecta, sino en la tuya, porque Tú eres la misma misericordia.

Allana tu camino delante de mí. No mi camino. Cuando hemos aprendido a ceder en nuestro propio camino y a andar en el camino de Dios, es una bienaventurada señal de gracia; y no es una misericordia pequeña el ver el camino de Dios con una visión clara delante de nuestro rostro (C. H. S.).

Porque en su boca no hay rectitud; sus entrañas son perversidad; sepulcro abierto es su garganta; con su lengua lisonjean. Esta descripción del malvado ha sido copiada por el apóstol Pablo como una descripción exacta de toda la raza humana, no de los enemigos de David solamente, sino de todos los hombres por naturaleza (C. H. S.).

Sus entrañas son maldad. Si toda el alma está infectada con una enfermedad tan desesperada, qué obra tan grande y difícil es el regenerarla, restaurar a los hombres de nuevo a la vida y el vigor espirituales; curar los pulmones o el hígado si están enfermos se considera una gran cura, aunque sólo sean una parte de la persona; pero en cuanto a ti, todas tus entrañas están corrompidas. ¡Qué gran cura es, pues, el sanarte! Es tan grande que sólo puede realizarla la habilidad y poder de Dios (Thos. Goodwin).

Sepulcro abierto es su garganta. Un sepulcro está lleno de cosas asquerosas, miasmas, pestilencia y enfermedad. Pero, peor aún, es un sepulcro abierto, con todos los gases y hedores saliendo del mismo y esparciendo muerte y destrucción alrededor. Así que sería una gran misericordia si la garganta de los malvados pudiera ser cerrada, pero «su garganta es sepulcro abierto» y, como resultado, toda la maldad de su corazón sale fuera por ella.
¡Qué peligroso es un sepulcro abierto!; los hombres, al pasar por allí, pueden fácilmente tropezar y caer en él y encontrarse entre los muertos. ¡Ah!, cuidado con el malvado, porque hará y dirá cuanto pueda para destruirte.
Hay un pensamiento dulce aquí, sin embargo. En la resurrección, ésta será no sólo de los cuerpos, sino de los caracteres (C. H. S.).
Esta figura retrata gráficamente la conducta depravada de los malos. No hay nada más abominable para los sentidos que un sepulcro abierto; cuando un cadáver empieza su putrefacción salen de allí pútridas emanaciones (Robert Haldane, en Exposiciones de la Epístola a los Romanos).
Así como un sepulcro, después de haber devorado muchos cadáveres, está todavía dispuesto a consumir más, y no está nunca satisfecho, del mismo modo el malvado, habiendo derribado a muchos con sus palabras, sigue con su nefasta pesquisa, buscando aún a quién devorar (Thos. Wilson).

Con su lengua hablan lisonjas. Cuando el lobo lame al cordero, se está preparando para mojar sus dientes con la sangre del inocente animal (C. H. S.).

Contra Ti. No contra mí. Si ellos fueran mis enemigos los perdonaría, pero no puedo perdonar a los tuyos. Hemos de perdonar a nuestros enemigos, pero a los enemigos de Dios no está en nuestro poder el perdonarlos. Estas expresiones han sido notadas con frecuencia por hombres de gran refinamiento que han dicho que son ásperas y ofensivas al oído. Recordemos que no pueden ser interpretadas, como tampoco las profecías, según se quiera. Nunca hemos oído de un lector de la Biblia a quien la lectura de estas palabras haya hecho vengativo. Cuando oímos a un juez que condena a un asesino, por severa que sea la sentencia, no por ello pensamos que nosotros quedamos justificados para condenar a otros por una injuria privada que nos hayan hecho (C. H. S.).
Si Abraham hubiera estado al lado del ángel que destruyó a Sodoma y hubiera visto que el respeto al nombre de Jehová requería la destrucción de aquellos rebeldes impenitentes, habría exclamado: «¡Que descienda la lluvia del cielo, el fuego y el azufre!»; no con espíritu de venganza, no por falta de amor o ternura para las almas, sino con intensa sinceridad respecto a la gloria de su Dios (Thos. Fuller).

Pero alégrense todos los que en Ti confían; den voces de júbilo para siempre, porque Tú los defiendes; en Ti se regocijen los que aman tu nombre. El gozo es el privilegio del creyente. Cuando los pecadores sean destruidos nuestro regocijo será completo. Ellos se ríen primero y llorarán después para siempre; nosotros lloramos ahora, pero nos gozaremos eternamente (C. H. S.).

Porque Tú, oh Jehová, bendecirás al justo. Ésta es una promesa de infinito alcance, amplitud y longitud ilimitadas, y sumamente preciosa (C. H. S.).

Como con un escudo lo rodearás de favor. El escudo no es para la defensa de alguna parte del cuerpo en particular, como lo son cada una de las otras piezas de la armadura, sino que es una pieza destinada a la defensa de todo el cuerpo. El escudo no sólo defiende todo el cuerpo, sino que es una defensa para la armadura del soldado también. Así, la fe es una armadura sobre la armadura, una gracia que preserva a las demás gracias (Wm. Gurnall).

1 comentarios:

Unknown dijo...

Que palabra tan maravillosa, gloria a DIOS AL UNICO DIOS VERDADERO
gracias

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