Había algo que Dios quería que yo le confesara a Rick Warren, pero estaba
haciendo lo mejor que podía para evitarlo. Rick y yo habíamos pasado juntos lo
mejor de la tarde, y así que el día se terminaba, empecé a pensar que yo ya
estaba "fuera de peligro". Habíamos terminado de guardar una
grabación y pensé que ya íbamos a salir del estudio cuando Rick dijo que quería
grabar sobre un segundo tema: "Qué hacer cuando un líder del equipo tiene
un fracaso moral".
Fue un momento particularmente irónico, porque lo que Dios quería que yo le
contara a Rick tenía que ver con mi propio fracaso moral con respecto a la
pornografía en Internet. Todo el día estuve recibiendo ese sentido de
convicción, pero ahora la presión del Espíritu Santo era inaguantable. Mientras
todavía estábamos armando el paquete, yo
seguía discutiendo con Dios: "¿Realmente quieres que le cuente? Te prometo
que jamás volveré a hacerlo si tú me libras de hacer esto".
Justo cuando yo estaba pensando esto, Rick tomó su celular y
llamó a su esposa, Kay. Espontáneamente, él le dijo que quería invitarme a
cenar y le preguntó si estaba bien que él volvería a casa un poco más tarde. En
ese punto, yo tenía la total convicción. Sabía que tenía que contarle a Rick, y
que Dios no me dejaría ir hasta que lo hiciera. Así que, luego de cenar, confesé mi pecado oculto.
Le dije que no quería
quedarme atrapado en la cueva de la pornografía; que sabía que eso podía
destruir potencialmente mi vida, y mi ministerio. Yo quería estar fuera de este
círculo pecaminoso, pero necesitaba ayuda.