Bienvenidos a Hijos Obedientes

“Como hijos obedientes, no vivan conforme a los deseos que tenían antes de conocer a Dios. Al contrario, vivan de una manera completamente santa, porque Dios, que los llamó, es santo; pues la Escritura dice: "Sean ustedes santos, porque yo soy santo".

1 Pedro 1:14-16.-


viernes, 29 de abril de 2011

La Autoexistencia de Dios


“Dios no tiene origen”, decía Novaciano, y es precisamente este concepto de carencia de origen el que distingue a Aquél que es Dios, de todo lo que no sea Dios.
"Origen" es una palabra que sólo se puede aplicar a las cosas creadas. Cuando pensamos en algo que tiene origen, no estamos pensando en Dios. Dios tiene existencia en sí mismo, mientras que todas las cosas creadas se originaron necesariamente en algún lugar, y en algún momento.

Aparte de Dios, no hay ser alguno que haya sido su propia causa. El niño, con su pregunta "¿De dónde vino Dios?", está reconociendo sin quererlo que es una criatura. El concepto de causa, fuente y origen ya está fijado en su mente. Sabe que todo cuanto le rodea vino de algo distinto a sí mismo, y todo lo que hace es extender ese concepto hacia arriba, hacia Dios. El pequeño filósofo está pensando en un verdadero idioma de criatura y, si tenemos en cuenta su falta de información fundamental, está razonando de manera correcta. Se le debe decir que Dios no tiene origen, y lo va a encontrar difícil de captar, puesto que esto introduce una categoría con la que no está familiarizado en absoluto, y contradice la tendencia hacia la búsqueda de los orígenes que se halla tan profundamente implantada en todos los seres inteligentes; una tendencia que los impulsa a buscar cada vez más atrás, hacia unos comienzos aún no descubiertos.


Pensar en aquello a lo que no se puede aplicar la idea de origen no es fácil, si es que resulta posible en absoluto. Así como, bajo ciertas condiciones, se puede ver un pequeño destello de luz, no a base de mirarlo de manera directa, sino a base de enfocar los ojos ligeramente hacia un lado, así también sucede con la idea del Increado.
Cuando tratamos de centrar nuestro pensamiento sobre Aquél que es un ser puro increado, es posible que no lleguemos a ver nada en absoluto, porque Él habita en una luz a la que ningún hombre se puede aproximar. Sólo por medio de la fe y del amor, podremos captar un destello suyo, cuando Él vaya pasando junto a nuestro refugio en una hendidura de la roca. "Y aunque este conocimiento sea muy nebuloso, vago y general", dice Miguel de Molinos, "con todo, por ser sobrenatural, produce un conocimiento de Dios mucho más claro y perfecto que cualquier aprehensión sensible o particular que podamos formar en esta vida, puesto que todas las imágenes corpóreas y sensibles están inconmensurablemente alejadas de Dios.
La mente humana, por ser creada, siente una comprensible incomodidad con respecto al Increado. No nos sentimos cómodos cuando permitimos la presencia de Uno que se halla por completo fuera del círculo de los conocimientos que nos son familiares. Tendemos a sentirnos inquietos con el pensamiento de que hay Uno que no nos rinde cuentas a nosotros en cuanto a su ser; que no es responsable ante nadie, que es autoexistente, autodependiente y autosuficiente.

La filosofía y la ciencia no siempre han sido amistosas hacia la idea de Dios, siendo la razón el que se han dedicado a la tarea de dar cuenta de las cosas, y se impacientan ante algo que se niegue a rendirles cuentas sobre sí mismo. El filósofo y el científico están dispuestos a admitir que hay muchas cosas que ellos no conocen; pero entre eso, y admitir que hay algo que nunca podrán conocer, y que carecen de técnicas para descubrirlo, hay gran distancia. Admitir que hay Uno que se halla más allá de nosotros, que existe fuera de todas nuestras categorías, que no es posible salir de Él con sólo ponerle un nombre, que no va a comparecer ante el tribunal de nuestra razón, ni someterse a nuestras curiosas investigaciones; esto exige una gran cantidad de humildad, más de la que poseemos la mayoría de nosotros, de manera que salvamos las apariencias a base de pensar a Dios, rebajándolo a nuestro nivel, o al menos, a un nivel en el que podamos manejarlo. Y sin embargo, Él nos elude. Porque Él está en todas partes, y al mismo tiempo en ninguna, puesto que la palabra "donde" tiene que ver con materia y espacio, y Dios es independiente de ambos. Ni el tiempo ni el movimiento lo afectan, Él es autodependiente por completo, y no les debe nada a los mundos que han hecho sus manos.

Sin tiempo, sin espacio, único, solitario,
y con todo, sublimemente Tres,
tú eres grandioso, siempre el solo
Dios en unidad.
Solo en tu grandeza, solo en tu gloria,
¿quién contará tu maravillosa historia,
venerada Trinidad?

FrederickW Faber

No es un pensamiento agradable el de que millones de seres humanos que vivimos en una tierra donde hay Biblias, que pertenecemos a iglesias y trabajamos por adelantar la religión cristiana, nos podamos pasar con todo nuestra vida entera en esta tierra sin haber pensado o tratado de pensar con seriedad ni una sola vez acerca del ser de Dios.
Pocos de nosotros hemos dejado que nuestro corazón contemple extasiado al yo soy, el Yo autoexistente, más allá del cual no puede pensar criatura alguna. Los pensamientos de este tipo son demasiado angustiosos para nosotros. Preferimos pensar dónde hará más bien; por ejemplo, cómo construir una ratonera mejor, o cómo hacer que crezcan dos briznas de hierba donde antes crecía sólo una. Y por esto, estamos pagando ahora un precio demasiado alto en la secularización de nuestra religión y la decadencia de nuestra vida interior.

Quizá algunos cristianos sinceros pero perplejos quieran averiguar en este momento cuán prácticos son los conceptos que estamos tratando de presentar aquí. “¿Qué importancia tiene esto para mi vida?”, dirán. "Qué significado puede tenerla autoexistencia de Dios para mí, y para otros como yo, en un mundo como éste y en tiempos como los que corren?".
A esto contestamos que somos una obra de Dios, y de esto se sigue como consecuencia que todos nuestros problemas y sus soluciones son teológicas.
Es indispensable tener cierto conocimiento de la clase de Dio que opera el universo para tener una filosofía sana sobre la vida, y una visión cuerda del escenario del mundo. El tan citado consejo de Alexander Pope: "Conócete, pues, a ti mismo; no trates de analizar presuntuoso a Dios: el estudio adecuado para la humanidad es el hombre”, si lo seguimos de forma literal, destruiría toda posibilidad de que el hombre se llegue a conocer a sí mismo alguna vez de una forma que no sea la más superficial.

Nunca podremos saber quiénes o qué somos, hasta que sepamos al menos algo de lo que Dios es. Por esta razón, la autoexistencia de Dios no es un jirón de alguna árida doctrina, académica y remota; en realidad es algo tan cercano como nuestro aliento, y tan práctico como la técnica quirúrgica más avanzada.
Por razones que sólo Él conoce, Dios decidió honrar al hombre por encima de todos los demás seres, al crearlo a su propia imagen. Quede entendido que la imagen divina en el hombre no es una fantasía poética, ni una idea nacida de la añoranza religiosa. Es una realidad teológica sólida enseñada con claridad a lo largo de las Sagradas Escrituras y reconocida por la Iglesia como una verdad necesaria para tener una comprensión correcta de la fe cristiana.

El hombre es un ser creado, un yo derivado y contingente, que en sí mismo no posee nada, sino que para existir depende en cada momento de Aquél que lo creó a su propia semejanza.
La realidad de Dios es necesaria a la realidad del hombre. Deshágase el hombre de Dios con el pensamiento, y se quedará sin motivos para existir.
Que Dios lo es todo, y el hombre nada, es un principio doctrinal básico en la fe y la devoción cristianas, y aquí las enseñanzas del cristianismo coinciden con las de las religiones más avanzadas y filosóficas del Oriente. El hombre, por mucha genialidad que tenga, no es más que un eco de la Voz original; un reflejo de la Luz increada. Como un rayo de sol perece cuando se lo separa del sol, así el hombre, sin Dios, retrocedería al vacío de la nada, del cual salió llamado por el Creador.
No sólo el hombre, sino todo lo que existe, salió de su impulso creador y depende de que éste continúe. "En el principio era el Verbo, y el Verbo era con Dios, y el Verbo era Dios... Todas las cosas por él fueron hechas, y sin él nada de lo que se ha hecho, fue hecho". Así es como lo explica Juan, y con él coincide el apóstol Pablo: "Porque en él fueron creadas todas las cosas, las que hay en los cielos y las que hay en la tierra, visibles e invisibles; sean tronos, sean dominios, sean principados, sean potestades, todo fue creado por medio de él y para él. Y él es antes de todas las cosas, y todas las cosas en él subsisten". El escritor de Hebreos une su voz a estos testimonios, atestiguando él también sobre Cristo que Él es el resplandor de la gloria de Dios y la imagen misma de su Persona, y que sustenta todas las cosas con la palabra de su poder.

En esta dependencia total de todas las cosas en la voluntad creadora de Dios, se encuentra la posibilidad tanto de santidad como de pecado.
Una de las marcas de la imagen de Dios en el hombre es su capacidad de tomar decisiones morales. El cristianismo enseña que el hombre decidió ser independiente de Dios, y confirmó su decisión desobedeciendo de forma deliberada un mandato divino. Este acto violó la relación que de forma normal había entre Dios y su criatura; rechazó a Dios como fundamento de la existencia y lanzó al hombre de vuelta sobre sí mismo. A partirde aquellos momentos, se convirtió, no en un planeta que giraba alrededor de su Sol central, sino en un sol por derecho propio, alrededor del cual debe girar todo lo demás.

No sería posible imaginar una afirmación más positiva del ser de Dios, que sus palabras a Moisés: Yo soy el que soy. Todo cuanto Dios es, todo aquello que es Dios, es presentado en esta declaración absoluta de una esencia independiente. Sin embargo, en Dios, el yo no es pecado, sino la quinta esencia de toda la bondad, la santidad y la verdad posibles.

El hombre natural es pecador porque reta a la autoexistencia de Dios con relación a su propia existencia, y sólo porque la reta. En todo lo demás, es probable que esté dispuesto a aceptar la soberanía de Dios; en su propia vida, la rechaza. Para él, el dominio de Dios termina donde Comienza el suyo. Para él, su yo se convierte en el Yo, y en esto imita inconscientemente a Lucifer, aquel hijo caído de la mañana que dijo en su corazón: "Subiré al cielo; en lo alto, junto a las estrellas de Dios, levantaré mi trono... y seré semejante al Altísimo".
Con todo, el yo es tan sutil que son muy escasos los que se hallan conscientes de su presencia. Porque el hombre nace rebelde, no está consciente de que lo es. Su constante afirmación del yo, tal y como él lo define, le parece una cosa muy natural. Está dispuesto a compartirse a sí mismo, algunas veces incluso a sacrificarse por un fin anhelado, pero nunca a destronarse a sí mismo. Por bajo que descienda en la escala de la aceptación social, ante sus propios ojos sigue siendo un rey sobre su trono, y nadie, ni siquiera Dios, le puede arrebatar ese trono.
El pecado tiene muchas manifestaciones, pero su esencia es una sola. Un ser moral, creado para adorar ante el trono de Dios, se sienta en el trono de su propio ser, y desde esa elevada posición, declara: "yo soy".
Eso es pecado en su esencia más concentrada; sin embargo, puesto que es natural, da la impresión de que es bueno. Sólo cuando el alma es llevada en el Evangelio ante la faz del Santísimo, sin el escudo protector de la ignorancia, es cuando esa terrible incongruencia moral es sacada al nivel de la conciencia. En el lenguaje del evangelismo, se dice que el hombre que es enfrentado así con la presencia de fuego del Dios Todopoderoso, se halla bajo convicción. Cristo se refirió a esto cuando dijo acerca del Espíritu que Él enviaría a este mundo: "Y cuando él venga, convencerá al mundo de pecado, de justicia y de juicio".
El cumplimiento más temprano de estas palabras de Cristo tuvo lugar el día de Pentecostés, después que Pedro predicara el primer gran sermón cristiano. "Al oír esto, se compungieron de corazón, y dijeron a Pedro y a los otros apóstoles: Varones hermanos, ¿qué haremos?". Este "¿qué haremos?" es el profundo grito que sale del corazón de todo ser humano que se da cuenta de pronto de que él es un usurpador, y de que está sentado en un trono robado. Por dolorosa que sea, es precisamente esta aguda consternación moral la que produce el arrepentimiento genuino y hace del penitente un robusto cristiano, después que haya sido destronado y haya encontrado perdón y paz por medio del evangelio.

"La pureza del corazón consiste en desear una cosa", decía Kierkegaard, y también es cierto si declaramos: "La esencia del pecado es querer una cosa", porque enfrentar nuestra voluntad a la de Dios equivale a destronar a Dios, y hacernos supremos a nosotros mismos en el pequeño reino del alma humana. Esto es el pecado en su misma raíz de maldad.

Aunque los pecados se multipliquen como la arena de la playa, siguen siendo uno solo. Los pecados son, porque el pecado es. Éste es el razonamiento que se halla tras la tan malentendida doctrina de la depravación natural, que sostiene que el hombre impenitente no puede hacer otra cosa más que pecar, y que sus buenas obras no tienen nada de buenas en realidad. Sus mejores obras religiosas, Dios las desecha, como rechazó la ofrenda de Caín. Sólo cuando él le haya restaurado a Dios el trono que le había robado, serán aceptables sus obras.

Pablo describe de manera vívida en el capítulo séptimo de su carta a los romanos la lucha del cristiano por ser bueno, mientras aún vive dentro de él la tendencia hacia la afirmación de sí mismo como una especie de reflejo moral inconsciente, y su testimonio se halla en pleno acuerdo con las enseñanzas de los profetas.
Ochocientos años antes de la llegada de Cristo, el profeta Isaías identificó al pecado como la rebelión contra la voluntad de Dios y la afirmación del derecho de cada hombre a decidir por sí mismo la senda por donde ha de ir. "Todos nosotros nos descarriamos como ovejas", dijo, "cada cual se apartó por su camino". Yo creo que no se hadado nunca una descripción más exacta del pecado.
El testimonio de los santos ha estado en perfecta armonía con el profeta y el apóstol, en cuanto al principio interno del yo que se halla en la fuente misma de la conducta humana, convirtiendo en maldad todo cuanto hacen los hombres.
Para salvamos completamente, Cristo tiene que invertir la tendencia de nuestra naturaleza; tiene que implantar dentro de nosotros un nuevo principio, de tal forma que nuestra conducta subsiguiente brote de un anhelo de promover la honra de Dios y el bien de los seres humanos.
Los pecados viejos del yo deben morir, y el único instrumento con el que se los puede matar es la Cruz. "Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, y tome su cruz, y sígame", dijo nuestro Señor, y años más tarde, Pablo podría exclamar victorioso: "Con Cristo estoy juntamente crucificado, y ya no vivo yo, mas vive Cristo en mí".

Mi Dios, si el pecado su poder mantiene
y en mi alma vive desafiante,
no es suficiente que me perdones;
se debe alzar la cruz para que muera mi yo.

Oh Dios de amor, revela tu poder;
no basta con que Cristo haya resucitado;
yo también debo buscar los cielos resplandecientes
y levantarme de entre los muertos, como se levantó Cristo.

Himno griego

ORACIÓN.-
Señor de todos los seres! Sólo tú puedes afirmar aquello de YO SOY EL QUE SOY; con todo, nosotros, que hemos sido hechos a imagen tuya, podemos repetir cada cual otro "Yo soy", confesando así que nos derivamos de ti, y que nuestras palabras sólo son un eco de las tuyas. Te reconocemos como el gran Original, del cual, gracias a tu bondad, somos copias agradecidas aunque imperfectas. Te adoramos, Padre Eterno. Amén.

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