Bienvenidos a Hijos Obedientes

“Como hijos obedientes, no vivan conforme a los deseos que tenían antes de conocer a Dios. Al contrario, vivan de una manera completamente santa, porque Dios, que los llamó, es santo; pues la Escritura dice: "Sean ustedes santos, porque yo soy santo".

1 Pedro 1:14-16.-


lunes, 9 de mayo de 2011

La Autosuficiencia de Dios

"El Padre tiene vida en sí mismo", dijo nuestro Señor, y es característico de su enseñanza que así, en una breve oración gramatical, presente una verdad tan elevada, que trasciende los niveles más altos que es capaz de alcanzar el pensamiento humano. Dios, dijo Él, es autosuficiente; es lo que es en sí mismo, éste es el significado de esas palabras.

Cuanto Dios sea, y todo lo que Dios es, lo es en sí mismo.

Toda la vida es en Dios y de Dios procede, ya se trate de la forma más simple de vida inconsciente, o de la vida inteligente y altamente autoconsciente de un serafín. Ninguna criatura tiene vida en sí misma; toda vida es un don de Dios.
En sentido contrario, la vida de Dios no es un don recibido de nadie. Si hubiera otro de quien Dios pudiera recibir el don de la vida, o en realidad, cualquier don, ese otro sería el verdadero Dios. Una manera elemental, pero correcta, de pensar en Dios, es como Aquél que lo contiene todo, que da todo cuanto es dado, pero que Él mismo no puede recibir nada que no haya dado primero.

Admitir la existencia de una necesidad en Dios es admitir que el Ser divino está incompleto. "Necesidad" es una palabra de criatura, y no se puede decir con respecto al Creador. Dios tiene una relación voluntaria con todo aquello que Él ha hecho, pero no tiene una relación necesaria con nada fuera de sí mismo. Su interés en sus criaturas surge de su soberana buena voluntad, no de ninguna necesidad que puedan cubrir esas criaturas, ni de ninguna perfección que ellas le puedan aportar a él, que es perfecto en sí mismo.

De nuevo tenemos que cambiar el curso de nuestros pensamientos para tratar de entender aquello que es exclusivo; aquello que permanece solo como cierto en esta situación, y en ninguna otra. Nuestros hábitos corrientes de pensamiento aceptan la existencia de necesidades entre las cosas creadas. Nada es completo en sí mismo, sino que necesita de algo ajeno a sí para existir. Todas las cosas que respiran necesitan aire; todos los organismos necesitan comida y agua. Quitemos el aire y el agua de la tierra, y toda la vida perecerá al instante. Podemos declarar como axioma que para permanecer viva, toda cosa creada necesita de alguna otra cosa creada, y todas las cosas necesitan de Dios. Sólo a Dios no le es necesario nada.

El río aumenta de tamaño gracias a sus afluentes, pero ¿dónde está el afluente que pueda aumentar el tamaño de Aquél de quien vino todo, y a cuya infinita plenitud le debe su ser toda la creación?

Insondable Mar,
toda vida ha salido de ti,
y tu vida es tu bendita Unidad.
Frederick W. Faber

El problema de por qué Dios creó el universo todavía preocupa a los pensadores; pero si bien no podemos saber por qué, al menos podemos saber que Él no trajo a la existencia a sus mundos para satisfacer alguna necesitad insatisfecha suya, como un hombre construiría una casa para guarecerse contra el frío del invierno, o sembraría un maizal para proporcionarse el alimento que necesita.

La palabra necesario es por completo ajena para Dios.

Puesto que Él es el ser supremo sobretodos, de aquí se sigue que no sea posible elevarlo. No hay nada por encima de Él, ni más allá de Él. Para la criatura, todo movimiento hacia Él equivale a elevación; lejos de Él, a descenso. Él mantiene esta posición por sí mismo, y no por licencia de nadie. Así como nadie lo puede elevar, tampoco nadie lo puede degradar. Está escrito que Él sostiene todas las cosas con la palabra de su poder. ¿Cómo lo podrían levantar o sostener las mismas cosas que Él sostiene?
Si de pronto todos los seres humanos perdieran la vista, aún seguirían brillando el sol de día y las estrellas de noche, porque ninguno de ellos les debe nada a los millones de personas que se benefician con su luz. De igual forma, si todos los hombres de la tierra se volvieran ateos, esto
no podría afectar a Dios de manera alguna.

Él es lo que es, en sí mismo, y sin relaci6n con nadie más. El que creamos en Él no añade nada a sus perfecciones; el que dudemos de Él tampoco le quita nada.

El Dios Todopoderoso, precisamente porque es todopoderoso, no necesita que lo sostengan. La imagen de un Dios nervioso y deseoso de congraciarse, que se arrastra ante los hombres para ganar su favor, no tiene nada de agradable; con todo, si nos fijamos en el concepto popular de DIOS, es eso lo que veremos.

El cristiano del siglo veintiuno ha convertido a Dios en un mendigo. Tenemos un concepto tan alto de nosotros mismos, que encontramos muy fácil, por no decir disfrutable, creer que le somos necesarios a Dios. Sin embargo, lo cierto es que Dios no es mayor porque existamos nosotros, ni sería menor si no existiéramos. El que sí existamos depende por completo de una decisi6n libre de Dios, y no de que nos lo merezcamos, o de una necesidad divina.

Es probable que el pensamiento más difícil de todos los que puede imaginar nuestro egoísmo natural es el de que Dios no necesita de nuestra ayuda. Nosotros lo solemos representar como un Padre muy ocupado, ansioso y algo frustrado, siempre de prisa, tratando de llevar a cabo su benevolente plan de traer la paz y la salvaci6n al mundo; sin embargo, como decía Lady Juliana, "vi que en realidad Dios hace todas las cosas, y que nunca le resultan pequeñas". 'El Dios que obra todas las cosas, seguro que no necesita ni ayuda ni ayudantes. Demasiadas exhortaciones misioneras se basan en esta imaginaria frustración del Dios Todopoderoso. Un orador eficiente puede mover con facilidad a compasión a sus oyentes, no sólo por los paganos, sino también por el DIOS que ha tratado tanto y por tanto tiempo de salvarlos, y no ha podido por falta de apoyo.
Me temo que miles de jóvenes no entren al ministerio cristiano por un motivo más alto que ayudar a librar a DIOS de la vergonzosa situación en que lo ha metido su amor, y de la cual sus limitadas capacidades parecen incapaces de sacarlo. Añadamos a esto un cierto grado de un elogiable idealismo y una buena cantidad de compasión por los menos privilegiados, y tendremos la verdadera motivación que mueve gran parte de la actividad cristiana de hoy.

Una vez más: Dios no necesita defensores. Él es el eterno Indefendido. Para comunicarse con nosotros en un idioma que podamos comprender, Dios hace pleno uso en las Escrituras de los términos militares, pero en realidad, nunca tuvo la intención de que pensáramos que el trono de su Majestad en lo alto se halla sitiado, mientras Miguel y sus huestes, u otros seres celestiales, lo defienden de un tormentoso derrocamiento. Pensar así es malentender todo lo que la Biblia nos quiere decir acerca de Dios. Ni el judaísmo ni el cristianismo podrían aprobar semejantes nociones pueriles. Un Dios que debe ser defendido es un Dios que sólo nos puede ayudar a nosotros mientras haya quien le ayude a Él. Sólo podremos contar con Él, si gana en el continuo vaivén de la batalla entre el bien y el mal. Un Dios así no podría exigir el respeto de hombres inteligentes; sólo los podría mover a piedad.

Necesitamos tener un alto concepto de DIOS. Es moralmente imprescindible que purguemos de nuestra mente todos los conceptos innobles con respecto al Ser divino, y permitamos que  Él sea en nuestra mente el mismo Dios que es en el universo.

La religión cristiana tiene que ver con Dios y con el hombre, pero su centro focal es Dios, no el hombre. El único derecho que tiene el hombre a ser Importante se deriva de que ha sido creado a imagen de Dios; en sí mismo, no es nada. Los salmistas y los profetas de las Escrituras se refieren con amarga burla al débil hombre, cuyo aliento está en sus narices, que crece como la hierba en la mañana, sólo para ser cortado y agotarse antes que se ponga el sol. La Biblia insiste en la enseñanza de que Dios existe por sí mismo, y el hombre para la gloria de Dios.

El alto honor de DIOS es lo primero en el cielo, y así debe ser también en la tierra. A partir de todo esto, podemos comenzar a comprender por qué las Santas Escrituras hablan tanto acerca del papel vital de la fe, y por qué califican de pecado de fatales consecuencias a la incredulidad. Entre todas las cosas creadas, no hay una sola que se pueda atrever a confiar en sí misma. Sólo Dios confía en sí mismo; todos los demás seres deben confiar en Él.

La incredulidad es en realidad una fe pervertida, porque pone su confianza, no en el Dios viviente, sino en los hombres murientes. El incrédulo niega la autosuficiencia de Dios, y usurpa atributos que no le corresponden. Este pecado doble deshonra a Dios, y termina por destruir el alma del hombre. Dios, en su amor y compasión, vino a nosotros como Cristo. Esta ha sido de manera constante la posición de la Iglesia desde los días de los apóstoles. Está fijada para la fe cristiana en la doctrina de la encarnación del Hijo Eterno. Sin embargo, en tiempos recientes, esto ha venido a significar algo diferente e inferior a lo que significaba para la Iglesia antigua. Se ha igualado al Jesús hombre, tal como apareció en la carne, con el Ser divino, y se le han atribuido todas sus debilidades y limitaciones humanas a la Divinidad. Lo cierto es que el Hombre que caminó entre nosotros era una demostración, no de la divinidad revelada, sino de la humanidad perfecta. La terrible majestad del Ser divino fue ocultada de manera misericordiosa en la suave envoltura de la naturaleza humana para proteger a la humanidad. "Desciende", le dijo Dios a Moisés en la montaña, "ordena al pueblo que no traspase los límites para ver a Jehová, porque caerá multitud de ellos"; y más tarde, "No podrás ver mi rostro; porque no me verá hombre, y vivirá".

Los cristianos de hoy dan la impresión de sólo conocer a Cristo según la carne. Tratan de alcanzar la comunión con Él a base de despojarlo de su ardiente santidad y su inalcanzable majestad, los mismos atributos que Él mantuvo velados mientras estaba en la tierra, pero que asumió en su plenitud de gloria al ascender a la derecha del Padre. El Cristo del cristianismo popular lleva una débil sonrisa y un halo. Se ha convertido en "Alguien de allá arriba" al que le gusta la gente, o al menos alguna gente, y esa gente se siente agradecida, aunque no demasiado impresionada. Si bien ellos lo necesitan a Él, Él también los necesita a ellos.

No nos imaginemos que la verdad de la autosuficiencia divina va a paralizarla actividad cristiana. Más bien, estimulará toda santa empresa. Esta verdad, al mismo tiempo que es una reprensión necesaria a la autoconfianza de los humanos, cuando la contemplamos desde su perspectiva bíblica, levanta de nuestra mente la agotadora carga de la mortalidad, y nos anima a tomar el fácil yugo de Cristo para gastarnos en un trabajo inspirado por el Espíritu para la honra de Dios y el bien de la humanidad.

La bienaventurada noticia es que el Dios que no necesita de nadie, en su divina condescendencia, se ha inclinado para trabajar por sus hijos obedientes, en ellos y a través de ellos.

Si todo esto parece contradecirse a sí mismo, amén. Que así sea. Los diversos elementos de la verdad se mantienen en una antítesis perpetua, y algunas veces nos exigen que creamos cosas al parecer opuestas, mientras esperamos el momento en el que conoceremos como somos conocidos. Entonces, unas verdades que ahora parecen estar en conflicto con ellas mismas, se alzarán en resplandeciente unidad, y veremos que el conflicto no ha estado en las verdades, sino en nuestra mente dañada por el pecado. Mientras tanto, nuestra realización interna se halla en la amorosa obediencia a los mandatos de Cristo y a las inspiradas admoniciones de sus apóstoles.

“Dios es el que en vosotros produce...". Él no necesita de nadie, pero cuando la fe se halla presente, obra a través de quien sea.

En esta oración gramatical hay dos declaraciones, y una vida espiritual sana exige que aceptemos ambas. Para toda una generación, la primera ha permanecido dentro de un eclipse casi total, y esto ha sido para nuestro profundo daño espiritual.

Fuente del bien, todas las bendiciones fluyen desde ti;
Tu plenitud no conoce necesidad alguna.
¿Qué otra cosa podrías desear fuera de ti mismo?
Sin embargo, aunque te bastas a ti mismo,
anhelas mi corazón, que nada vale;
esto, y sólo esto, es lo que exiges.
Johann Scheffler

Oración.
Enséñanos, oh Dios, que nada te es necesario. Si tú tuvieses necesidad de algo, esa cosa sería la medida de tu imperfección. Y, ¿cómo podríamos adorar a uno que fuera imperfecto? Si nada te es necesario, entonces nadie es necesario; y si nadie lo es, entonces nosotros no lo somos. Cierto es que nos buscas, aunque no nos necesites. Nosotros te buscamos, porque te necesitamos, porque en Ti vivimos, nos movemos y tenemos nuestro ser. Amén.

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