Por Charles Haddon Spurgeon
Salmo de David, cuando huía de su hijo Absalón.-
Un Salmo de David cuando huía de delante de Absalón su hijo. Podemos recordar la triste historia de la huida de David de su propio palacio, cuando en plena noche cruzó el vado del Cedrón y se escapó con unos pocos fieles servidores, para esconderse durante un tiempo de la furia de su hijo rebelde. Recordemos que David en esto era un tipo del Señor Jesucristo. El también huyó; El también pasó el vado del Cedrón cuando su propio pueblo se rebeló contra El, y con un grupito de seguidores se dirigió al jardín de Getsemaní. El también bebió las aguas del arroyo en su camino, y por tanto levantó su cabeza. Muchos estudiosos, titulan este Salmo «el Himno matutino». ¡Despertemos siempre con la santa confianza en nuestros corazones y un cántico en nuestros labios!
Este Salmo puede ser dividido en cuatro partes de dos versículos cada una:
1.- En los primeros dos versículos tenemos a David presentando una queja a Dios contra sus enemigos;
2.- Luego, declara su confianza en el Señor (v. 3 y 4),
3.- Canta su seguridad en el sueño (v. 5 y 6)
4.- Se siente corroborado para el conflicto futuro (v. 7 y 8). (C. H. S.).
Verso 1.
¡Oh SEÑOR, cómo se han multiplicado mis adversarios!
Muchos se levantan contra mí.
Muchos se levantan contra mí.
Los adversarios vienen en grupo. La aflicción tiene una familia numerosa. Muchos son los que se levantan contra mí. Las legiones de nuestros pecados, los ejércitos de enemigos, la muchedumbre de dolores corporales, la hueste de aflicciones espirituales, y todos los aliados de la muerte y el infierno, se han dispuesto en batalla contra el Hijo del hombre (C. H. S.).
¡Qué engañosos y peligrosos son todos ellos! ¡Y qué poca fidelidad y constancia se halla entre los hombres! David tenía el afecto de sus súbditos tanto como puede haberlo tenido cualquier otro rey, y, con todo, de repente, ¡los perdió todos! (M. H.).
Verso 2.
Muchos dicen de mí:
Para él no hay salvación en Dios.
Para él no hay salvación en Dios.
David se queja delante de su Dios amante de la peor arma de sus enemigos en sus ataques, y la gota más amarga de sus penas. Este era el comentario más hiriente de todos, pues declaraban que no había salvación para él en Dios. Con todo, David sabía en su propia conciencia que había dado base hasta cierto punto para esta exclamación, porque había cometido pecado contra Dios a la misma luz del día.
Si todas las pruebas que nos vienen del cielo, todas las tentaciones que ascienden del infierno, y todas las cruces que se levantan de la tierra pudieran mezclarse y oprimirnos, no podrían hacer una prueba tan terrible como la que está contenida en este versículo. La más amarga de todas las aflicciones es temer que no haya ayuda ni salvación para nosotros en Dios. No obstante, recordemos que nuestro bendito Salvador tuvo que sufrir esto el grado sumo cuando exclamó: «¡Dios mío, Dios mío!, ¿por qué me has desamparado?» (C. H. S.).
Cuando el creyente pone en duda el poder de Dios, o su interés en él, su gozo desaparece como la sangre sale de una arteria cortada. Este versículo es, verdaderamente, una herida dolorosa (W.M. Gurnall).
Un hijo de Dios se sobresalta ante el mismo pensamiento de desesperar de la ayuda de Dios; no puedes afligirle con algo peor que el intentar persuadirle de que «No hay salvación para él en Dios» (M. H.).
Verso 3.
Mas tú, oh SEÑOR, eres escudo en derredor mío,
mi gloria, y el que levanta mi cabeza.
mi gloria, y el que levanta mi cabeza.
¡Oh, que tengamos la gracia de ver nuestra gloria futura en medio del oprobio presente!
Hay una gloria presente en nuestras aflicciones, si podemos discernirla, porque no es algo sin importancia el tener la comunión de Cristo en sus sufrimientos.
David fue honrado cuando ascendió al Olivete, llorando, con la cabeza cubierta; porque en todo fue hecho como su Señor.
¡Nosotros podemos aprender, a este respecto, a gloriarnos también en las tribulaciones! (C. H. S.).
Verso 4.
Con mi voz clamé al SEÑOR,
y El me respondió desde su santo monte.
y El me respondió desde su santo monte.
Cuando la oración va en vanguardia, a su debido tiempo la liberación cubre la retaguardia. (Thos. Watson).
Con frecuencia algunas personas dicen en oración: «Tú escuchas la oración, y la respondes, oh Dios»; pero la expresión contiene algo superfluo, puesto que para Dios escuchar es, según las Escrituras, lo mismo que responder (C. H. S.).
Verso 5.
Yo me acosté y me dormí;
desperté, pues el SEÑOR me sostiene.
desperté, pues el SEÑOR me sostiene.
Yo me acosté y dormí. Hay un sueño de presunción; ¡Dios nos libre de él! Hay el sueño de la santa confianza; ¡Dios nos ayude a cerrar los ojos para disfrutarlo! (C. H. S.).
Tiene que haber sido verdaderamente una blanda almohada la que pudo hacer que David olvidara su peligro cuando un ejército rebelde estaba avanzando en su búsqueda; con todo, tan trascendente es la influencia de esta paz, que puede hacer que la criatura se acueste tan alegremente para dormir en la tumba como si fuera la cama más blanda. Se puede decir que el niño que llama para que le pongan en la cama está dispuesto; algunos de los santos han deseado que Dios les pusiera a descansar en sus camas de polvo, y esto, no como resultado de una desazón o aflicción presente, como hizo Job, sino por un dulce sentido de esta paz en su pecho. «Ahora despide a tu siervo en paz, porque mis ojos han visto tu salvación», fue el cántico del anciano Simeón. (Wm. Gurnall).
Una buena conciencia puede dormir en la boca de un cañón; la gracia es una cota de malla para el cristiano, el cual no teme la flecha ni la bala. (Thos. Watson).
Jehová me sostenía. “Nos sería muy útil considerar el poder sustentador manifestado en nosotros en tanto que estamos durmiendo”. En el flujo de la sangre, en el dilatarse y contraerse los pulmones, etc., en el cuerpo y en la continuidad de las facultades mentales, en tanto que la imagen de la muerte está sobre nosotros. (C. H. S.).
Cristo, en las palabras de este versículo, da a entender su muerte y su sepultura. (Martn Lutero).
Versos 6 y 7.
No temeré a los diez millares de enemigos
que se han puesto en derredor contra mí.
que se han puesto en derredor contra mí.
¡Levántate, SEÑOR! ¡Sálvame, Dios mío!
Porque tú hieres a todos mis enemigos en la mejilla;
rompes los dientes de los impíos.
Porque tú hieres a todos mis enemigos en la mejilla;
rompes los dientes de los impíos.
El Salmista confiará a pesar de las apariencias amenazadoras. El Salmista no temerá aunque haya diez mil enemigos que le rodeen. Los creyentes débiles ahora están dispuestos a excusarse, y nosotros mismos estamos demasiado dispuestos a hacer uso de excusas; en vez de sobreponernos a las debilidades de la carne, nos refugiamos bajo la misma y la usamos como una excusa.
El confiar solamente cuando las apariencias son favorables, es navegar sólo con el viento y la marea, creer sólo cuando podemos ver. ¡Oh!, sigamos el ejemplo del Salmista y busquemos esta fe sin límite que nos permitirá confiar en Dios, venga lo que venga. (Philip Bennett Power).
No importa quiénes sean nuestros enemigos, por más que sean legiones en cuanto al número; en cuanto al poder, principados; en sutileza, serpientes; en crueldad, dragones; en ventaja de emplazamiento, príncipes del aire; en cuanto a malicia, maldades espirituales; más fuerte es el que está con nosotros que los que están contra nosotros; no hay nada que nos pueda separar del amor de Dios. En Cristo Jesús nuestro Señor seremos más que vencedores. (Wm. Cowper).
Verso 8.
La salvación es del SEÑOR.
¡Sea sobre tu pueblo tu bendición!
¡Sea sobre tu pueblo tu bendición!
La salvación es de Jehová. Este versículo contiene la suma y sustancia de la doctrina calvinista. Escudriña las Escrituras, y si las lees con la mente abierta y sincera, te persuadirás de que la doctrina de la salvación, por la gracia solamente, es la gran doctrina de la Palabra de Dios. Este es un punto con respecto al cual estamos en pugna constante. Nuestros oponentes dicen: «La salvación pertenece a la voluntad libre del hombre; sino al mérito del hombre, por lo menos a la voluntad del hombre»; pero nosotros sostenemos y enseñamos que la salvación desde el principio al fin, en cada punto y detalle de la misma, pertenece al Dios Altísimo. Es Dios el que escoge a su pueblo. Él los llama por su gracia; Él los aviva por medio de su Espíritu, y los guarda con su poder. No es del hombre ni por el hombre; «no es del que quiere, ni del que corre, sino de Dios que muestra misericordia».
Todos hemos de aprender esta verdad experimentalmente, porque nuestra carne y sangre orgullosas nunca nos permitirán aprenderla de otra manera. (C. H. S.).
Sobre tu pueblo sea tu bendición. Aquellos cristianos de primera magnitud, de los cuales el mundo no era digno, «experimentaron vituperios y azotes, y a más de esto prisiones y cárceles. Fueron apedreados, aserrados, puestos a prueba, muertos a filo de espada» (Hebreos 11:36-37). Pero… ¿Cómo? ¡Durante todo este tiempo de sufrimiento eran bienaventurados!
Un hombre carnal podría pensar que si esto es bendición, que Dios le libre de ella. Pero, sea cual sea la opinión que tengamos del hecho, nuestro Cristo Salvador, dijo que el hombre piadoso es bienaventurado; aunque lleve luto, aunque sea un mártir, es bienaventurado. Job, sentado en las cenizas de la basura, era bienaventurado.
Los santos son bienaventurados cuando son maldecidos. Los santos, aunque sean magullados y heridos, son bienaventurados. (Thos. Watson).
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