Bienvenidos a Hijos Obedientes

“Como hijos obedientes, no vivan conforme a los deseos que tenían antes de conocer a Dios. Al contrario, vivan de una manera completamente santa, porque Dios, que los llamó, es santo; pues la Escritura dice: "Sean ustedes santos, porque yo soy santo".

1 Pedro 1:14-16.-


sábado, 11 de febrero de 2012

El Gozo de Dios en Su Hijo: "Engendrado" y no "Creado".-

Para evitar confusiones y ampliar el panorama de la gloria con que se regocija Dios en su Hijo, debemos seguir avanzando.

La plenitud de la deidad, que habita corporalmente en Jesús (Colosenses 2:9), existía ya en forma personal desde antes de que el Dios hecho Hombre existiera en la tierra como un maestro judío. Esto nos remonta aún más lejos. Nos remonta al contentamiento del trino
Dios.

El Hijo, en quien Dios se deleita, es la imagen eterna, el resplandor de Dios y es Dios mismo. Pablo dice en Colosenses 1:15, 16: «Él es la imagen del Dios invisible, el primogénito de toda creación, porque por medio de él fueron creadas todas las cosas en el cielo y en la tierra».


Históricamente este ha sido un texto controversial. Y todavía hoy existen sectas, como los Testigos de Jehová, que le dan un sentido contrario al entendido por la ortodoxia cristiana histórica.
Alrededor del 256 existió en Libia un hombre llamado Arrio, que tomó este texto para crear su doctrina. Se convirtió así en uno de los herejes más famosos de la iglesia cristiana. Instruido en Antioquia por un maestro de nombre Luciano, llegó a ser un anciano sobresaliente de la iglesia de Alejandría en Egipto. Se lo describió como un hombre «alto, delgado, de mirada abatida, hábitos muy austeros, con gran capacidad de aprendizaje, y una manera suave de expresarse, pero con una actitud pendenciera».
Alrededor del año 318 comenzó en Alejandría la bien conocida controversia de Arrio, como resultado de una disputa que él tuvo con el obispo Alejandro con respecto a la eterna deidad de Cristo. Arrio empezó a enseñar que el Hijo y el Padre eran distintos en esencia y que el Hijo había sido creado por el Padre y que no era coeterno con el Padre. Sócrates, un historiador de la iglesia que vivió en Constantinopla entre el 380 y el 439 cuenta cómo comenzó esta controversia:

Un día, Alejandro (obispo de Alejandría) intentó dar, en presencia de los presbíteros y el resto del clero, un discurso de bastante vuelo acerca de la Santa Trinidad, cuyo tema central era: «La unidad en la Trinidad». Arrio, uno de los presbíteros pertenecientes a aquella jurisdicción, hombre poseedor de una sagacidad lógica nada despreciable, creyendo que el obispo estaba presentando la doctrina de Sabelio el libanés [que hacía hincapié en el monoteísmo judío al punto de negar la verdadera Trinidad], y al ser amante de las polémicas, avanzó en un sentido diametralmente opuesto a la opinión del libanés, y, al parecer, contradijo de forma vehemente las declaraciones del obispo. «Si -dijo él- el Padre engendró al Hijo; entonces, la existencia del que fue engendrado tuvo un principio. A partir de esto, se hace evidente que hubo un tiempo en el cual el Hijo no era. Por lo tanto se deduce que él obtiene su esencia a partir de la inexistencia»."

No es difícil descubrir la forma en que Colosenses 1:15 puede utilizarse para sustentar la posición de Arrio. Pablo dice que Cristo es «el primogénito de toda creación». Uno podría con facilidad tomar esa frase para decir que el mismo Cristo fue parte de la creación, que fue la primera criatura y la más importante. Así que, si él hubiera tenido un principio, hubiese habido un tiempo en que él no habría existido. Por lo tanto, su esencia no sería la misma que la de Dios sino que habría sido creado de la nada como ocurrió con el resto de la creación. Esto es en realidad lo que Arrio enseñaba."

Durante los siete años que siguieron a la disputa, la controversia se difundió a lo largo del imperio. Constantino, que en aquel tiempo era el emperador, se vio obligado a involucrarse en el asunto por causa de la unidad del imperio. Con el fin de tratar algunos asuntos de relevancia, reunió un importante concilio en Nicea, según dijo: «por su excelente aire, y para que yo pudiera presenciar como espectador y participante esos eventos que tendrán lugar»." El Concilio proclamó un credo que puso de manifiesto que las ideas difundidas por Arrio constituían herejía.

El Credo de Nicea, que todos conocemos y recitamos, se basa en el credo que a continuación voy a citar, cuyo nombre técnico precisamente es «El Credo de Nicea», El lector podrá distinguir con facilidad las partes que intentan diferenciar la ortodoxia del arrianismo.

“Creemos en un solo Dios Padre omnipotente, creador de todas las cosas, de las visibles y de las invisibles; y en un solo Señor Jesucristo Hijo de Dios, nacido unigénito del Padre, es decir, de la sustancia del Padre, Dios de Dios, luz de luz, Dios verdadero de Dios verdadero, engendrado, no hecho, consustancial al Padre, por quien todas las cosas fueron hechas, las que hay en el cielo y las que hay en la tierra, que por nosotros los hombres y por nuestra salvación descendió y se encarnó, se hizo hombre, padeció, y resucitó al tercer día, subió a los cielos y ha de venir a juzgar a los vivos y a los muertos. Y en el Espíritu Santo. Mas a los que afirman: Hubo un tiempo en que no fue y que antes de ser engendrado no fue, y que fue hecho de la nada, o los que dicen que es de otra hipóstasis [palabra griega que significa sustancia] o de otra sustancia, o que el Hijo de Dios es cambiable o mudable, los anatematiza la Iglesia Católica”.

Esto ha mantenido en pie la interpretación ortodoxa de la Escritura a lo largo de toda la historia de la iglesia hasta nuestros días. Me siento obligado a defender esta interpretación, ya que si el Arrianismo (o los Testigos de Jehová) hubiera estado en lo cierto, el deleite de Dios en su Hijo sería entonces algo radicalmente distinto de lo que exponemos.

Todo se sustenta en el gozo ilimitado que existe en el trino Dios desde la eternidad. Esa es la fuente de la absoluta autosuficiencia de Dios como Dios soberano y feliz. Y todo acto verdadero de gracia en la historia de la redención depende de ello.

Entonces, ¿De qué forma debemos entender lo que Pablo dice en Colosenses 1:15 donde afirma: «Él [Cristo] es la imagen del Dios invisible, el primogénito de toda creación»? ¿Qué significa primogénito? ¿Acaso la frase «de toda la creación» no intenta decir que él es parte de la creación?

Primero, debemos darnos cuenta de que no hay razón para creer que la frase «de toda la creación» tenga que significar que Cristo fue parte de la creación. Si yo dijera: «Dios gobierna toda la creación», ninguno pensaría que quise decir que Dios es parte de la creación, sino que me refiero a que Dios gobierna «sobre toda la creación». El siguiente versículo (Colosenses 1:16) nos ofrece un buen indicio de lo que Pablo desea transmitir. Dice: «Él es la imagen del Dios invisible, el primogénito de toda creación, porque por medio de él fueron creadas todas las cosas».
En otras palabras, la razón por la que Pablo llama a Cristo el «primogénito de toda creación» es «porque en él fueron creadas todas las cosas». La causa no es que él haya sido la primera cosa creada y la más importante. La razón es que cada cosa creada fue hecha por él. Y todo eso no nos lleva a pensar que «primogénito de toda creación» signifique que él sea el «primogénito entre todas las cosas creadas», sino más bien el «primogénito sobre todas las cosas creadas».

El segundo aspecto a tener en cuenta es que el término «primogénito» (prototokos) puede encerrar un sentido estrictamente biológico: «Así que dio a luz a su hijo primogénito. Lo envolvió en pañales» (Lucas 2:7). No obstante, también puede tener un sentido de dignidad y precedencia que no está relacionado con un aspecto biológico. En el Salmo 89:27, por ejemplo, Dios dice de uno que se sentará en el trono de David: «Yo le daré los derechos de primogenitura, la primacía sobre los reyes de la tierra». El sentido en este versículo es que este rey tendrá preeminencia, honor y dignidad sobre todos los reyes de la tierra.
Otros usos de este término en su sentido no biológico se encuentran en Éxodo 4:22 donde Israel es llamado el hijo «primogénito» de Dios, y en Hebreos 12:23 en donde todos los creyentes son llamados primogénitos inscritos en el cielo».

Por lo tanto, tenemos cuatro razones en contra de la interpretación bíblica que Arria y los Testigos de Jehová hacen acerca de Colosenses 1:15, afirmando que Cristo fue creado por Dios.

1.- Primero, la palabra «primogénito» puede simplemente indicar preeminencia, o sea: «el que tiene una dignidad superior» o «el primero en tiempo y rango». Esto no implica que Cristo haya sido un producto de la creación.

2.- Segundo, el significado claro del versículo 16 (como hemos observado) es que Cristo fue el Creador de todas las cosas y no parte de la creación (porque en él fueron creadas todas las cosas»).

3.- Tercero, Crisóstomo (347-407) señaló que Pablo evitó utilizar una palabra que hubiera implicado claramente que Cristo fue el primer ser creado (protoktistos) y optó por una cuyas connotaciones se refiriesen a la relación Padre-Hijo y no Creador-creación (primogénito, prototokos). Esto nos conduce a la cuarta razón por la que rechazamos esa interpretación de Colosenses 1:15.

4.- Al utilizar el término «primogénito», se produce una armonía excepcional entre lo dicho por Pablo y lo dicho por al apóstol Juan cuando describe a Cristo como el «Hijo Unigénito» (Juan 1:14, 18; 3:16, 18; 1 Juan 4:9) y enseña que esa característica lo convierte en Dios y no en una criatura.
«En el principio ya existía el Verbo, y el Verbo estaba con Dios, y el verbo era Dios» (Juan 1:1). C.S. Lewis indica que el uso del término «unigénito» (y podríamos agregar, el de Pablo «primogénito») hace referencia a la deidad de Cristo y no a una criatura.
Cuando uno engendra, engendra algo de la misma clase de uno mismo. Un hombre engendra bebés humanos, un castor engendra pequeños castores y un pájaro engendra huevos que luego se convertirán en pájaros pequeños. Pero cuando uno hace algo, lo hace con un material distinto del de uno mismo. Un pájaro hace un nido, un castor construye una presa y un hombre una radio, o quizás algo que tenga más similitud con él, como por ejemplo una estatua. Y si es lo suficientemente inteligente al tallar, realizará una estatua que sea muy parecida a un hombre. Pero, por supuesto, ésta no es una persona de verdad, sólo se le parece. No puede respirar ni pensar. No está viva.

Por estas razones con mucho gusto adopto mi postura colocándome al lado de la gran tradición de la ortodoxia cristiana y no junto al arrianismo, sea antiguo o moderno. Cristo es la imagen del Dios invisible, el primogénito sobre toda la creación.

«El Hijo es el resplandor de la gloria de Dios, la fiel imagen de lo que él es» (Hebreos 1:3).

«Quien, siendo por naturaleza Dios, no consideró el ser igual a Dios como algo a qué aferrarse» (Filipenses 2:6).

«En el principio ya existía el Verbo, y el Verbo estaba con Dios, y el Verbo era Dios» (Juan 1:1).

Así que el Hijo en quien Dios toma complacencia es la imagen de Dios y el resplandor de la gloria de Dios. Lleva el sello de la naturaleza de Dios y tiene la forma de Dios. Es co-igual a Dios, y, como dice Juan, es Dios.

Podemos decir que desde la eternidad, y antes de toda creación, Dios es la única realidad que ha existido siempre. Esto constituye un misterio muy grande ya que resulta difícil para nosotros imaginar que Dios no tenga ningún principio, que él haya estado por siempre y siempre, sin que nada ni nadie lo haya colocado allí. Se trata de una realidad absoluta que todos tenemos que considerar nos guste o no. Sin embargo, ese Dios que ha vivido eternamente no ha estado «solo». No fue un centro solitario de conciencia. Siempre hubo otro que era uno con Dios en esencia y gloria, pero distinto en tanto que persona, para que ellos pudieran tener a lo largo de toda la eternidad una comunión personal.

La Biblia enseña que este Dios eterno siempre ha tenido una imagen perfecta de él mismo (Colosenses 1:15), un resplandor perfecto de su esencia (Hebreos 1:3), una imagen o impronta perfecta de su naturaleza (Hebreos 1:3) y una forma o expresión perfecta de su gloria (Filipenses 2:6).

Aquí nos encontramos al borde de lo inefable, pero quizás podríamos animarnos a decir esto: En tanto que Dios es Dios, es consciente de sí mismo. La imagen que él tiene de sí mismo es tan perfecta, tan completa y tan plena que constituye la reproducción (o engendro) viviente y personal de sí. Y esta imagen, resplandor o forma viviente y personal de Dios es Dios o, más bien, el Hijo de Dios. Y como consecuencia, Dios el Hijo es coeterno con el Padre e igual en esencia y en gloria.

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