Para la persona devota hay aquí una vista preciosa del Señor Jesús, del cual se dice que en los días de su carne ofreció oraciones y súplicas con gran clamor y lágrimas.
1 Escucha, oh Jehová, mis palabras; considera mi meditación. 2 Está atento a la voz de mi clamor, Rey mío y Dios mío, porque a ti oraré. 3 Oh Jehová, de mañana oirás mi voz; de mañana presentaré mi oración delante de ti, y esperaré.
Escucha, oh Jehová, mis palabras; considera mi meditación. Las palabras no son la esencia, sino sólo el ropaje de la oración (C. H. S.).
La meditación es el mejor comienzo de la oración, y la oración es la mejor conclusión de la meditación (George Swinnock).
Es cierto que la mayor parte de los hombres desgranan oraciones vanas, lánguidas e ineficaces, indignas de ser escuchadas por el bendito Dios, de modo que parecen hasta cierto punto dar la evaluación de ellas, ya que ni esperan éxito en sus peticiones, ni tampoco tienen después solicitud alguna sobre las mismas, sino que lanzan palabras al viento, que son realmente vanas (Robert Leighton).