Bienvenidos a Hijos Obedientes

“Como hijos obedientes, no vivan conforme a los deseos que tenían antes de conocer a Dios. Al contrario, vivan de una manera completamente santa, porque Dios, que los llamó, es santo; pues la Escritura dice: "Sean ustedes santos, porque yo soy santo".

1 Pedro 1:14-16.-


jueves, 29 de diciembre de 2011

El Gozo de Dios en Su Hijo: La Plenitud de la Deidad Habita un Cuerpo.-

Con el fin de evitar un error en nuestra comprensión del amor de Dios que pueda resultar perjudicial, tenemos que seguir avanzando y demostrar que en el Hijo de Dios habita la plenitud de la deidad.

Cualquier persona podría estar de acuerdo con la afirmación de que Dios se deleita en su Hijo y no obstante cometer, luego, el error de creer que el Hijo es sólo un hombre extraordinariamente santo a quien el Padre adoptó porque se complacía mucho en él. La iglesia desde épocas tempranas ha sabido distinguir la verdadera fe bíblica de las otras formas de enseñanzas derivadas del “adopcionismo”, como sucedió en el siglo II.

Colosenses 2.9 nos provee otro ángulo desde donde mirar la cosa: «Toda la plenitud de la divinidad habita en forma corporal en Cristo». El Hijo de Dios no es meramente un hombre fiel y santo. Él tiene la plenitud de la deidad. Dios no buscó un hombre santo que pudiera convertirse en un ser divino, si se lo dotaba de deidad. Más bien, «el Verbo se hizo hombre» mediante el acto de la encarnación (Juan 1.14). Dios busco una mujer fiel y humilde, y a través del nacimiento virginal, unió la plenitud de su deidad con un niño que él mismo engendró. «-¿Cómo podrá suceder esto -le preguntó María al ángel-, puesto que soy virgen? -El Espíritu Santo vendrá sobre ti, y el poder del Altísimo te cubrirá con su sombra. Así que al santo niño que va a nacer lo llamarán Hijo de Dios» (Lucas 1.34-5).

miércoles, 28 de diciembre de 2011

El Gozo de Dios en Su Hijo: Fervor Inimaginable.-

Es imposible exagerar la grandeza del afecto paternal que Dios tiene hacia su Hijo unigénito. Podemos observar este afecto ilimitado detrás de la lógica de Romanos 8.32 que expresa: «El que no escatimó ni a su propio Hijo, sino que lo entregó por todos nosotros, ¿cómo no habrá de darnos generosamente, junto con él, todas las cosas?». El punto clave de este precioso versículo es que si Dios estuvo dispuesto a hacer la cosa más difícil de todas por nosotros (entregar a su Hijo amado al sufrimiento y a la muerte), con seguridad aquello que también parece arduo (derramar sobre los cristianos todas las bendiciones que pudieran existir en el cielo) no es en realidad tan difícil para Dios.
Lo que da sentido a este versículo es la inmensidad del afecto que Dios siente hacia el Hijo. La presunción de Pablo es que el «no escatimar a su propio Hijo» fue lo más inimaginablemente difícil que Dios tuvo que hacer." Jesús es, como Pablo lo describe con sencillez en Colosenses 1.13, «su amado Hijo».

El Gozo de Dios en Su Hijo: Intimidad Infinita.-

Ninguna otra relación se parece a ésta. Es absolutamente única. Los sentimientos que el Padre tiene hacia el Hijo son únicos de una manera absoluta. El es el «Hijo unigénito del Padre» (Juan 1.14,18; 3.16,18; 1 Juan 4.9).


El Hijo existe por generación eterna y los otros «hijos» existen por adopción. «Pero cuando se cumplió el plazo, Dios envió a su Hijo ... para rescatar a los que estaban bajo la ley, a fin de que fuéramos adoptados como híios.» (Gálatas 4.4-5).

El único modo de obtener el derecho a ser hechos «hijos de Dios» era recibiendo a Jesús como el Hijo. A menudo Jesús se refirió a Dios como «mi Padre» y «el Padre», pero nunca se refirió a él como «nuestro Padre» a excepción del momento en el que enseña a sus discípulos a orar (Mateo 6.9). Una vez usó la extraordinaria expresión «mi Padre y vuestro Padre, mi Dios y vuestro Dios» (Juan 20.17). La relación que tenían el Padre y el Hijo era totalmente única.

Su comunión e intimidad son incomparables. «Nadie conoce al Hijo sino el Padre, y nadie conoce al Padre sino el Hijo» (Mateo 11.27). «A Dios nadie lo ha visto nunca; el Hijo unigénito, que es DiOS y que vive en unión íntima con el Padre, nos lo ha dado a conocer» (Juan 1.18). Jesús hablaba acerca de su Padre con tal ternura y mostrando una intimidad tan sin precedentes que sus enemigos lo perseguían para matarlo porque «incluso llamaba a Dios su propio Padre, con lo que él mismo se hacía igual a Dios» (Juan 5.18).

lunes, 26 de diciembre de 2011

Salmo 8: Majestad de Dios y dignidad del hombre.-

Podemos titular este Salmo el Salmo del astrónomo.

Oh Jehovah, Señor nuestro,
¡cuán grande es tu nombre en toda la tierra!
Has puesto tu gloria sobre los cielos.

¡Oh Jehová, Señor nuestro, cuán glorioso es tu nombre en toda la tierra! Has puesto tu gloria sobre los cielos. Incapaz de expresar la gloria de Dios, el Salmista profiere una exclamación: ¡Oh Jehová, Señor nuestro! La estructura sólida del universo se apoya sobre su brazo eterno.

El está presente universalmente, y por todas partes su nombre es excelente.

Desciende, si quieres, a las mayores profundidades del océano, donde duerme el agua imperturbable, y la misma arena, inmóvil en quietud perenne, proclama que el Señor está allí, revelando su excelencia en el palacio silencioso del mar. Pide prestadas las alas de la mañana y recorre los confines más distantes del mar, y Dios está allí. Sube a los más altos cielos, o lánzate al infierno más profundo, y Dios es en uno y Otro, cantado en un cántico eterno o justificado en una venganza terrible. Por todas partes y en todo lugar, Dios reside y es manifestado en su obra.
Apenas podemos hallar palabras más apropiadas que las de Nehemías: «Tú solo eres Jehová; tú hiciste los cielos, y los cielos de los cielos, con todo su ejército, la tierra y todo lo que está en ella, los mares y todo lo que hay en ellos; y tú vivificas todas estas cosas, y los ejércitos de los cielos te adoran» (Nehemías 9:6).
Volviendo al texto, nos lleva a observar que este Salmo es dirigido a Dios, porque nadie sino el Señor mismo puede plenamente conocer su propia gloria. C. H. S.

El Poder de Dios.-

“Una vez habló Dios; dos veces he oído esto: Que de Dios es la fortaleza” (Sal. 62:11).

El poder de Dios es la facultad y la virtud por la cual puede hacer que se cumpla todo aquello que agrada, todo lo que le dicta su sabiduría infinita, todo lo que la pureza infinita de su voluntad determina.
A menos que creamos que es, no sólo omnisciente, sino también omnipotente, no podemos tener un concepto correcto de Dios. El que no puede hacer todo lo que quiere y no puede llevar a cabo todo lo que se propone, no puede ser Dios.
El tiene, no solo la voluntad para resolver aquello que le parece bueno, sino también el poder para llevarlo a cabo.
Así como la santidad es la hermosura de todos los atributos de Dios, su poder es el que da vida y acción a todas las perfecciones de la naturaleza Divina.
¡Qué vanos serían los consejos eternos si el poder no interviniera para cumplirlos! Sin el poder, su misericordia no sería sino una debilidad humana, sus promesas un sonido vacío, sus amenazas alarmas infundadas.

Salmo 7: Oración del Justo Calumniado.-

El título es «Shigaion de David». Por lo que podemos colegir de las observaciones de los entendidos y de una comparación de este Salmo con el otro único Shigaion de la Palabra de Dios (Habacuc 3), este título parece indicar «Cánticos variables», con los que se asocia la idea de solaz y de placer.
Parece probable que Cus el benjaminita había acusado a David ante Saúl de una conspiración traicionera contra la autoridad real. Esto puede entenderse como el «Cántico del santo calumniado». Aun esta penosa aflicción es ocasión para un Salmo.


Oh SEÑOR, Dios mío, en ti me refugio;
sálvame de todos los que me persiguen,
y líbrame,

Jehová, Dios mío, en Ti he confiado. El caso se inicia aquí con una confesión de confianza en Dios. Sea cual sea la premura de nuestra condición, nunca debemos olvidar el retener nuestra confianza en Dios. «Oh Señor. Dios mío» -mío por un pacto especial, sellado por la sangre de Jesús, y ratificado en mi propia alma por un sentimiento de unión a Ti- en Ti, y en Ti solamente, he puesto mi confianza ahora en mi penosa aflicción. Yo tiemblo, pero la roca no se mueve. Nunca está bien desconfiar de Dios, y nunca es en vano el confiar en El. C. H. S.

La Santidad de Dios.-

“¿Quién no te temerá, oh Señor, y engrandecerá tu nombre? Porque tú sólo eres santo” (Apoc. 15:4).

Sólo El es infinita, independientemente e inmutablemente santo. Con frecuencia Dios es llamado “El Santo” en la Escritura; y lo es porque en él se halla la suma de todas las excelencias morales.
Es pureza absoluta, sin la más leve sombra de pecado. “Dios es luz, y en él no hay ningunas tinieblas” (1 Juan. 1:5).
La santidad es la misma excelencia de la naturaleza divina: el gran Dios es “magnífico en santidad” (Exodo 15:11). Por eso leemos: “muy limpio eres de ojos para ver el mal, ni puedes ver el agravio” (Habacuc 1:13).

De la misma manera que el poder de Dios es lo opuesto a debilidad natural de la criatura, y su sabiduría contrasta completamente con el menor defecto de entendimiento, su santidad es la antítesis de todo defecto o imperfección moral.

En la antigüedad, Dios instituyó algunos “que cantasen a Jehová y alabasen en la hermosura de su santidad”. (2 Crónicas. 20:21).

El poder es la mano y el brazo de Dios, la omnisciencia sus ojos, la misericordia su entraña, la eternidad su duración, pero “la santidad es su hermosura”.

miércoles, 14 de diciembre de 2011

Salmo 6: Oración pidiendo misericordia en la prueba.-

Este salmo es llamado comúnmente el primero de los «Salmos penitenciales», y ciertamente su lenguaje corresponde a los labios de un penitente, porque expresa a la vez la pena (vers. 3, 6, 7), la humillación (vers. 2, 4) y el aborrecimiento del pecado (vers. 8), que son las marcas infalibles del espíritu contrito que se vuelve a Dios.

SEÑOR, no me reprendas en Tu ira,
Ni me castigues en Tu furor.

Jehová, no me reprendas en tu enojo. El Salmista se da cuenta de que merece ser reprendido, y no pide que la reprensión sea suprimida totalmente, porque podría perder una bendición escondida, sino: «Señor, no me reprendas en tu enojo.» Si Tú me recuerdas mi pecado, está bien; pero, ¡oh!, no me lo recuerdes cuando estés enojado contra mi, para que el corazón de tu siervo no desmaye. Así dice Jeremías: «Oh Señor, corrígeme, pero con moderación; no en tu ira, para que no me destruyas.» C. H. S.


Ten piedad de mí, SEÑOR,
porque estoy sin fuerza;
Sáname, SEÑOR, porque mis huesos
se estremecen.

domingo, 11 de diciembre de 2011

La Santa Trinidad

Dios de nuestros padres, entronizado en la luz, que vigorosa y musical es nuestra lengua. Sin embargo, cuando tratamos de hablar de tus maravillas, qué pobres parecen nuestras palabras, y qué poco melodioso nuestro discurso. Cuando consideramos el temible misterio de tu Divinidad Una y Trina, nos tenemos que poner la mano sobre la boca. Ante esa zarza ardiente, no te pedimos comprender, sino sólo que te podamos adorar como corresponde a ti, Dios único en tres Personas. Amén.

Meditar en las tres Personas de la Divinidad es caminar con el pensamiento a través del jardín oriental del Edén y pisar suelo santo. Nuestro esfuerzo más sincero por captar el incomprensible misterio de la Trinidad está condenado a permanecer inútil para siempre, y sólo por la reverencia más profunda se puede salvar de convertirse en una verdadera presunción.
Algunas personas que rechazan todo cuanto son incapaces de explicar han negado que Dios sea una Trinidad. Sujetando al Altísimo a su frío escrutinio, hecho al ras de tierra, llegan a la conclusión de que es imposible que Él pueda ser a la vez Uno y Tres. Se olvidan que toda la vida de ellos mismos se encuentra envuelta en el misterio. No tienen en cuenta de que cualquier explicación real, hasta del fenómeno más sencillo de la naturaleza, permanece escondida en la oscuridad, y es tan imposible de explicar como el misterio de la Divinidad.
Todo hombre vive por la fe, tanto el incrédulo como el santo; el uno por la fe en las leyes naturales, y el otro por la fe en Dios. Todo hombre acepta constantemente sin comprender, a lo largo de su vida entera. Es posible callar al sabio más ilustre con una sencilla pregunta: "¿Qué?".
La respuesta a esa pregunta yace para siempre en el abismo de lo desconocido, más allá de la capacidad de descubrimiento de todo hombre.
"Dios entiende el camino de ella, y conoce su lugar", pero el hombre mortal, nunca jamás.

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