Bienvenidos a Hijos Obedientes

“Como hijos obedientes, no vivan conforme a los deseos que tenían antes de conocer a Dios. Al contrario, vivan de una manera completamente santa, porque Dios, que los llamó, es santo; pues la Escritura dice: "Sean ustedes santos, porque yo soy santo".

1 Pedro 1:14-16.-


domingo, 11 de diciembre de 2011

La Santa Trinidad

Dios de nuestros padres, entronizado en la luz, que vigorosa y musical es nuestra lengua. Sin embargo, cuando tratamos de hablar de tus maravillas, qué pobres parecen nuestras palabras, y qué poco melodioso nuestro discurso. Cuando consideramos el temible misterio de tu Divinidad Una y Trina, nos tenemos que poner la mano sobre la boca. Ante esa zarza ardiente, no te pedimos comprender, sino sólo que te podamos adorar como corresponde a ti, Dios único en tres Personas. Amén.

Meditar en las tres Personas de la Divinidad es caminar con el pensamiento a través del jardín oriental del Edén y pisar suelo santo. Nuestro esfuerzo más sincero por captar el incomprensible misterio de la Trinidad está condenado a permanecer inútil para siempre, y sólo por la reverencia más profunda se puede salvar de convertirse en una verdadera presunción.
Algunas personas que rechazan todo cuanto son incapaces de explicar han negado que Dios sea una Trinidad. Sujetando al Altísimo a su frío escrutinio, hecho al ras de tierra, llegan a la conclusión de que es imposible que Él pueda ser a la vez Uno y Tres. Se olvidan que toda la vida de ellos mismos se encuentra envuelta en el misterio. No tienen en cuenta de que cualquier explicación real, hasta del fenómeno más sencillo de la naturaleza, permanece escondida en la oscuridad, y es tan imposible de explicar como el misterio de la Divinidad.
Todo hombre vive por la fe, tanto el incrédulo como el santo; el uno por la fe en las leyes naturales, y el otro por la fe en Dios. Todo hombre acepta constantemente sin comprender, a lo largo de su vida entera. Es posible callar al sabio más ilustre con una sencilla pregunta: "¿Qué?".
La respuesta a esa pregunta yace para siempre en el abismo de lo desconocido, más allá de la capacidad de descubrimiento de todo hombre.
"Dios entiende el camino de ella, y conoce su lugar", pero el hombre mortal, nunca jamás.

Tomás Carlyle, siguiendo a Platón, describe a un profundo pensador pagano que habría vivido hasta su edad madura en una cueva escondida, para ser sacado de ella de repente a fin de que viese salir el sol. "Cuál no sería su asombro", exclama Carlyle, "su extasiada perplejidad ante el mismo espectáculo que nosotros presenciamos a diario con indiferencia.
Con el sentido libre y abierto de un niño, y al mismo tiempo con la madura facultad de un hombre, su corazón entero ardería al contemplarlo... Esta tierra verde, construida en piedra y llena de flores, los árboles, las montañas, los ríos, los mares con sus muchos rumores y sonidos; ese gran y profundo mar de azul oscuro que flota encima de nuestra cabeza; los vientos que lo barren; la nube negra que se va formando para después lanzar, ahora fuego, ahora granizo y lluvia; ¿qué es esto? Si, ¿qué? ¡En el fondo, no lo sabemos aún; nunca lo podremos saber en absoluto."
Cuán distintos somos los que hemos crecido acostumbrados a todo ello; los que hemos llegado a embotarnos con una saciedad de maravillas.

"No escapamos a las dificultades por nuestra compresión superior", dice Carlyle, "sino por nuestra superior ligereza, nuestra falta de atención, nuestra falta de comprensi6n. A fuerza de no pensar es como dejamos de maravillamos ante ellas... A ese fuego que sale de la negra nube de tormenta le llamamos "electricidad" y damos eruditas conferencias sobre él, y producimos algo parecido a base de frotar vidrios y sedas, pero... ¿qué es? ¿De dónde procede?¿Hacia dónde va? La ciencia ha hecho mucho por nosotros, pero es una pobre ciencia que nos quisiera esconder la gran infinitud, sagrada y profunda, de la No-ciencia, donde nunca podremos penetrar; en cuya superficie nada toda la ciencia como una simple película. Este mundo, después de toda nuestra ciencia y todas nuestras ciencias, sigue siendo un milagro; maravilloso, inescrutable y más, para todo el que quiera pensar en él."

Estas penetrantes y casi proféticas palabras fueron escritas hace más de un siglo, pero ni siquiera todos los pasmosos avances de la ciencia y la tecnología desde aquellos tiempos han podido invalidar una sola palabra, o hacer obsoletos un solo punto o una sola coma. Seguimos sin saber. Salvamos las apariencias a base de repetir con frivolidad la jerga popular en las ciencias. Controlamos la grandiosa energía que corre por todo nuestro mundo; la sometemos al control de la punta de nuestros dedos en nuestros automóviles y cocinas; la hacemos trabajar para nosotros como el genio de Aladino, pero seguimos sin saber lo que es.
El secularismo, el materialismo y la intrusiva presencia de las cosas han apagado la luz de nuestra alma, y nos han convertido en una generación de zombis. Cubrimos con palabras nuestra profunda ignorancia, pero nos avergüenza maravillarnos, y tenemos miedo de susurrar la palabra "misterio".

La Iglesia no ha dudado en enseñar la doctrina de la Trinidad. Sin pretender entenderla, ha dado testimonio a favor de ella; ha repetido lo que enseñan las Sagradas Escrituras. Algunos niegan que las Escrituras enseñen que hay una Trinidad en la Divinidad, apoyándose en que toda esta idea de una trinidad en la unidad es una contradicción de términos.
Sin embargo, puesto que no somos capaces de entender la caída de una hoja de árbol junto a este camino, o la incubación de un huevo de petirrojo en aquel nido lejano, ¿por qué habría de constituir la Trinidad un problema para nosotros?

"Pensamos más altamente sobre Dios", dice Miguel de Molinos, "por saber que Él es incomprensible, y se halla por encima de nuestro entendimiento, que por concebirlo bajo cualquier imagen, y belleza de criatura, según nuestro torpe entendimiento."

No todos cuantos se han llamado a sí mismos cristianos a lo largo de los siglos han sido trinitarios, pero así como la presencia de Dios en la columna de fuego resplandeci6 sobre el campamento de Israel a través de todo aquel viaje por el desierto, proclamando ante todo el mundo: "Éstos son mi pueblo", también la creencia en la Trinidad ha resplandecido desde los días de los apóstoles sobre la Iglesia del Primogénito a lo largo de su peregrinaje por el tiempo. La pureza y el poder han seguido a esta fe. Bajo esta bandera han marchado apóstoles, padres, mártires, místicos, reformadores, predicadores de avivamiento, y el sello de aprobación divina ha estado sobre su vida y sus esfuerzos.
Aunque hayan diferido en cuestiones de menor importancia, la doctrina de la Trinidad los ha unido. Lo que Dios declara, el corazón creyente lo confiesa sin necesitar más pruebas. En realidad, buscar pruebas es admitir dudas, y obtener pruebas es hacer superflua la fe.
Todo aquél que posea el don de fe reconocerá la sabiduría de estas osadas palabras de uno de los primeros padres de la Iglesia: "Creo que Cristo murió por mí, porque es increíble; creo que resucitó de entre los muertos, porque es imposible."

Esa fue la actitud de Abraham, quien contra toda evidencia, se mantuvo firme en la fe, dando la gloria a Dios. Fue la actitud de Anselmo, "el segundo Agustín", uno de los pensadores más grandes que ha tenido la era cristiana, quien sostenía que la fe debe preceder a todo esfuerzo por comprender. La reflexión sobre la verdad revelada sigue de manera natural al advenimiento de la fe, pero la fe viene primero al oído que escucha, no a la mente que medita. El hombre que cree no sopesa la Palabra para llegar a la fe por medio de un proceso de razonamiento, ni busca confirmación a su fe por parte dela filosofía o la ciencia. Su clamor es: "Tierra, tierra, escucha la palabra del Señor. Sí, sea Dios veraz y todo hombre mentiroso."
¿Equivale esto a echar por tierra toda erudición como carente de valor en la esfera de la religión revelada? En manera alguna. El erudito tiene una tarea importante y vital que realizar, dentro de un recinto enmarcado con cuidado. Su tarea consiste en garantizar la pureza del texto, en acercarse tanto como le sea posible a la Palabra, tal como fue dada originalmente. Puede comparar Escritura con Escritura, hasta haber descubierto el verdadero significado del texto. No obstante, es aquí mismo donde termina su autoridad. Nunca deberá sentarse a juzgar lo que ha sido escrito. No se debe atrever a traer el significado de la Palabra ante el tribunal de su razón. No se debe atrever a elogiar o condenar la Palabra por razonable o irracional, científica o anticientífica. Después de descubierto el significado, ese significado lo juzga a él; nunca es él quien juzga al significado.

La doctrina de la Trinidad es una verdad para el corazón. Sólo el espíritu del hombre puede entrar a través del velo y penetrar en ese Lugar Santísimo. "Que te busque anhelante", suplicaba Anselmo, "que suspire por ti al buscarte; que te encuentre en el amor, y te ame al encontrarte."
El amor y la fe están en su ambiente dentro del misterio de la Divinidad. Arrodíllese la razón en reverencia fuera de él.
Cristo no vaciló en utilizar la forma plural al hablar de sí mismo junto al Padre y al Espíritu. "Vendremos a él y haremos morada con él." En otra ocasión dijo: "Yo y el Padre uno somos." Tiene suma importancia que pensemos en Dios como Trinidad en la Unidad, sin confundir a las Personas ni dividir la Sustancia. Sólo así podremos pensar de manera correcta sobre Dios, y de una manera digna de Él y de nuestra propia alma.
Ladeclaraci6n de nuestro Señor de que era igual al Padre fue lo que desató la ira de los religiosos de sus días, y lo condujo por último a la crucifixión. El ataque contra la doctrina de la Trinidad dos siglos más tarde por parte de Arria y de otros, también iba dirigido contra la proclamaci6n de divinidad hecha por Cristo con respecto a sí mismo.
Durante las controversias con Arrio, trescientos dieciocho padres de la Iglesia (muchos de ellos mutilados y con cicatrices de las heridas causadas por la violencia física sufrida en persecuciones anteriores) se reunieron en Nicea y adoptaron una declaración de fe, una de cuyas secciones dice:

Creo en un solo Señor Jesucristo,
el Unigénito Hijo de Dios,
engendrado por Él antes de todos los siglos,
Dios de Dios, Luz de Luz,
Dios verdadero de Dios verdadero,
engendrado, no creado,
de la misma sustancia que el Padre,
por quien todas las cosas fueron hechas.

Durante más de dieciséis siglos ésta ha permanecido como la prueba definitiva de ortodoxia, y está bien que así sea, puesto que condensa en lenguaje teológico las enseñanzas del Nuevo Testamento con respecto a la posición del Hijo dentro del Ser divino.
El Credo Niceno rinde tributo también al Espíritu Santo como Dios mismo, e igual al Padre y al Hijo:

Creo en el Espíritu Santo,
Señor y dador de vida,
que procede del Padre y del Hijo,
que junto con el Padre y el Hijo
es adorado y glorificado.

Dejando de lado la cuestión de si el Espíritu procede sólo del Padre o del Padre y del Hijo, este principio doctrinal del antiguo credo ha sido sostenido por las ramas oriental y occidental de la Iglesia y por todos los cristianos, con la excepción de una pequeña minoría.
Los autores del Credo de Atanasio detallaron con gran cuidado las relaciones de las tres Personas entre sí, llenando tanto como les fue posible las brechas existentes en el pensamiento humano, al mismo tiempo que permanecían dentro de los límites de la Palabra inspirada.

"En esta Trinidad", dice el Credo, "nada es antes ni después; nada es mayor ni menor, sino que las tres Personas son coeternas, juntas e iguales."

¿Cómo armonizan estas palabras con estas de Jesús: "El Padre mayor es que yo"? Aquellos teólogos antiguos lo sabían, y escribieron en el Credo:

"Igual a su Padre en cuando a su divinidad; menor que el Padre, en cuanto a su humanidad", y esa interpretación se recomienda a sí misma ante todo el que busque con seriedad la verdad en una región en la cual la luz no tiene nada de cegadora.
Para redimir a la humanidad, el Hijo Eternono dejó el seno del Padre. Mientras caminaba entre los hombres, se refería a sí mismo llamándose "el unigénito Hijo, que está en el seno del Padre", y se refería a sí mismo al hablar del "Hijo del Hombre, que está en el cielo". Aquí concedemos que existe misterio, aunque no confusión. En su encarnación, el Hijo veló su divinidad, pero no la anuló. La unidad del Ser divino hacía imposible que Él renunciase a parte alguna de su divinidad. Cuando tomó sobre sí la naturaleza de hombre, no se degradó a sí mismo, ni se convirtió, aunque fuera por un tiempo, en menos de lo que había sido antes. Dios nunca puede convertirse en algo inferior a sí mismo. Es impensable que Dios se convierta en algo que no haya sido.
Las tres Personas del Ser divino, por ser todas uno, tienen una voluntad. Siempre trabajan juntas, y nunca ha habido una sola acción, por pequeña que sea, que la haya hecho una de ellas sin la aprobación instantánea de las otras dos. Todo acto de Dios es realizado por la Trinidad en Unidad. Aquí, por supuesto, somos impulsados necesariamente a concebir a Dios en términos humanos. Estamos pensando sobre Dios por medio de la analogía con el hombre, y el resultado debe quedarse corto con respecto a la verdad definitiva. Con todo, para poder pensar algo con respecto a Dios, tenemos que hacerlo a base de adaptarle al Creador pensamientos de criatura y palabras de criatura. Es un error real, aunque comprensible, el concebir a las Personas del Ser divino como consultándose unas a otras y alcanzando un acuerdo por medio del intercambio de pensamientos, tal como lo hacemos los humanos. Siempre me ha parecido que Milton introduce un elemento de debilidad en su celebrado Paraíso perdido cuando presenta a las Personas divinas conversando entre sí acerca de la redención de la raza humana.

Cuando el Hijo de Dios caminaba sobre la tierra como el Hijo del Hombre, le hablaba con frecuencia al Padre, y el Padre siempre le respondía. Como Hijo del Hombre, intercede ahora ante Dios por su pueblo. Se debe entender siempre el diálogo entre el Padre y el Hijo que recogen las Escrituras como producido entre el Padre Eterno y Jesucristo hombre. Esa comunión instantánea e inmediata entre las Personas divinas que ha existido desde toda la eternidad no conoce sonidos, esfuerzos ni movimientos.

Entre los silencios eternos,
se dijo la Palabra infinita de Dios;
nadie la oyó, sino aquel que siempre hablaba,
y no se quebrantó el silencio.
¡Cuán maravilloso! ¡Cuán digno de adoración!
No se oye canto ni sonido alguno,
pero en todas partes y a todas horas,
en amor, en sabiduría y en poder,
el Padre pronuncia su amada Palabra eterna.
Frederick W. Faber

Una creencia popular entre los cristianos divide las obras de Dios entre las tres Personas, atribuyéndole una parte concreta a cada una, como por ejemplo, la creación al Padre, la redención al Hijo y la regeneración al Espíritu Santo. Esto es en parte cierto, pero no por completo, porque Dios no puede dividirse a sí mismo de tal manera que una de las Personas trabaje mientras otra permanece inactiva.
En las Escrituras se muestra a las tres Personas actuando en una armoniosa unidad en todas las obras poderosas que son realizadas a lo largo y ancho del universo.
En las Santas Escrituras, la obra de la creación aparece atribuida al Padre (Génesis 1:1), al Hijo (Colosenses 1:16) y al Espíritu Santo (Job 26:13 y Salmo 104:30).
Se señala que la encarnación fue realizada por las tres Personas de pleno acuerdo (Lucas 1:35), aunque sólo el Hijo se hiciera carne para habitar en medio de nosotros.
En el bautismo de Cristo, cuando el Hijo salía del agua, el Espíritu descendió sobre Él y se oyó la voz del Padre desde el cielo (Mateo 3:16, 17).
La descripción quizás más hermosa de la obra de expiación es la que se encuentra en Hebreos 9:14, donde se afirma que Cristo, por medio del Espíritu Eterno, se ofreció a sí mismo sin mancha a Dios. Vemos aquí a las tres Personas obrando juntas.
De igual manera, la resurrección de Cristo es atribuida de manera diversa al Padre (Hechos 2:32), al Hijo (Juan 10:17, 18) y al Espíritu Santo (Romanos 1:4).
El apóstol Pedro señala que la salvación de la persona es obra de las tres Personas divinas (1 Pedro 1:2).
La inhabitación del alma del cristiano se dice que es realizada por el Padre, el Hijo
y el Espíritu Santo (Juan 14:15·23).
Como he mencionado antes, la doctrina de la Trinidad es una verdad para el corazón. El hecho de que no se pueda explicar de manera satisfactoria, en lugar de ser una prueba en su contra, lo es a su favor.

Una verdad así tenía que ser revelada; nadie se la habría podido imaginar.

¡Oh, bendita trinidad,
oh Majestad sencilla,
oh Tres en Uno solo!
Sólo tú eres por siempre Dios.
¡Santa Trinidad!
Benditos Tres iguales,
un solo Dios, te alabamos.
Frederick W. Faber

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