Bienvenidos a Hijos Obedientes

“Como hijos obedientes, no vivan conforme a los deseos que tenían antes de conocer a Dios. Al contrario, vivan de una manera completamente santa, porque Dios, que los llamó, es santo; pues la Escritura dice: "Sean ustedes santos, porque yo soy santo".

1 Pedro 1:14-16.-


miércoles, 28 de diciembre de 2011

El Gozo de Dios en Su Hijo: Intimidad Infinita.-

Ninguna otra relación se parece a ésta. Es absolutamente única. Los sentimientos que el Padre tiene hacia el Hijo son únicos de una manera absoluta. El es el «Hijo unigénito del Padre» (Juan 1.14,18; 3.16,18; 1 Juan 4.9).


El Hijo existe por generación eterna y los otros «hijos» existen por adopción. «Pero cuando se cumplió el plazo, Dios envió a su Hijo ... para rescatar a los que estaban bajo la ley, a fin de que fuéramos adoptados como híios.» (Gálatas 4.4-5).

El único modo de obtener el derecho a ser hechos «hijos de Dios» era recibiendo a Jesús como el Hijo. A menudo Jesús se refirió a Dios como «mi Padre» y «el Padre», pero nunca se refirió a él como «nuestro Padre» a excepción del momento en el que enseña a sus discípulos a orar (Mateo 6.9). Una vez usó la extraordinaria expresión «mi Padre y vuestro Padre, mi Dios y vuestro Dios» (Juan 20.17). La relación que tenían el Padre y el Hijo era totalmente única.

Su comunión e intimidad son incomparables. «Nadie conoce al Hijo sino el Padre, y nadie conoce al Padre sino el Hijo» (Mateo 11.27). «A Dios nadie lo ha visto nunca; el Hijo unigénito, que es DiOS y que vive en unión íntima con el Padre, nos lo ha dado a conocer» (Juan 1.18). Jesús hablaba acerca de su Padre con tal ternura y mostrando una intimidad tan sin precedentes que sus enemigos lo perseguían para matarlo porque «incluso llamaba a Dios su propio Padre, con lo que él mismo se hacía igual a Dios» (Juan 5.18).


La intimidad existente entre el Padre y el Hijo era tal que el Padre le descubría todo lo que había en su corazón. «El padre ama al hijo y le muestra todo lo que hace» (Juan 5.20). No retuvo para con el Hijo ninguna bendición sino que sin medida alguna derramó su Espíritu. «El enviado de Dios comunica el mensaje divino, pues
Dios mismo le da su Espíritu sin restricción. El Padre ama al Hijo, y ha puesto todo en sus manos» (Juan 3.34-35); y mientras el Hijo lleva a cabo el plan del Padre de redimir a los pecadores, el corazón del Padre abunda en expresiones cada vez más intensas de amor para con el Hijo. «Por eso me ama el Padre: porque entrego mi vida» (Juan 10.17).

La estima que rebosa continuamente y que el Padre tiene por su único Hijo se derrama sobre todos aquellos que sirven al Hijo. Jesús dice: «A quien me sirva, mi Padre lo honrará» (Juan 12.26). Así que el Padre busca por todos los medios posibles manifestar su deleite infinito en el Hijo de su amor (incluso a través de los convertidos): «¿Cuánto mayor castigo piensan ustedes que merece el que ha pisoteado al Hijo de Dios?» (Hebreos 10.29).

No existe ningún ángel en el cielo que haya recibido del Padre un honor y afecto tal como el que el Hijo ha recibido desde la eternidad. Ningún ángel tampoco puede rivalizar con el Hijo, por más grandioso y maravilloso que sea. «Porque, ¿a cuál de los ángeles dijo Dios jamás: "Tú eres mi hijo; hoy mismo te he engendrado"; "Yo seré su Padre, y él será mi Hijo"?» (Hebreos 1:5). «¿A cuál de los ángeles dijo Dios jamás: "Siéntate a mi derecha, hasta que ponga a tus enemigos por estrado de tus pies"?» (Hebreos 1.13). El punto es claro. El Hijo de Dios no es un ángel, ni siquiera el más importante. Por el contrario, Dios dice: «Que lo adoren todos los ángeles de
Dios» (Hebreos 1.6). El Hijo de Dios es digno de toda la alabanza que las huestes celestiales puedan ofrecer, sin mencionar nuestra alabanza.

Dios no está excluido de celebrar a su Hijo. El mismo queda maravillado ante la grandeza, la bondad y el triunfo de su Hijo. Le da un nombre que es sobre todo nombre (Filipenses 2.9); lo corona de honra (Hebreos 2.9) y lo glorifica en su misma presencia con la gloria que tuvo antes de que el mundo existiera (Juan 17.5).

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