Por B. Gothard (Adaptación).
La ley de Jehová es perfecta, que convierte el alma. Salmo 19:7.
Durante su adolescencia, Doug se sentía lleno de dudas acerca de Dios y de la Biblia.
«Pero, ¿cómo sabemos que Dios es real?», me preguntó en una ocasión.
«¿Cómo podemos estar seguros de que la Biblia dice la verdad?».
Cuando me presionó en busca de respuestas, yo terminé contestándole:
«Doug, aunque yo te respondiera ahora mismo, en este minuto, todas tus preguntas, eso no te ayudaría. Lo que me parece claro es que tú has exaltado tu propia mente por encima de la Palabra de Dios y de su Espíritu. Solo cuando sometas tu mente, voluntad y emociones a la autoridad de Dios, vas a comprender las respuestas a tus preguntas».
Aquel pensamiento era nuevo para Doug. No se había dado cuenta de que había puesto su mente por encima de la Palabra y el Espíritu de Dios. Sin embargo, ese es el resultado seguro cuando confiamos en que nuestro razonamiento humano es capaz de comprender las profundas verdades de las Escrituras. Estos grandes principios no se comprenden tanto con el intelecto, sino que más bien se disciernen con el espíritu.
Y este es el mensaje mismo de las Escrituras.
«Porque ¿quién de los hombres sabe las cosas del hombre, sino el espíritu del hombre que está en él? Así tampoco nadie conoció las cosas de Dios, sino el Espíritu de Dios». 1 Corintios 2:11.
El conocimiento que adquirimos con el razonamiento humano tiende a volvernos arrogantes, y en nuestro orgullo pensamos que podemos comprender completamente a Dios y la Biblia.
Le pregunté a Doug si alguna vez había sacado conscientemente del trono a su mente, su voluntad y sus emociones, para ponerlas bajo la jurisdicción del Espíritu Santo de Dios y de su Palabra. Él me dijo que no lo había hecho, y yo lo animé a dar ese paso en ese mismo instante. Él aceptó, pero su alma no se rindió sin presentar batalla. En su primer intento, oró diciendo:
«Oh Dios, sé que son mi mente y mi voluntad las que están en el trono, y... quiero quitarlas. Amén». Entonces abrió los ojos y me miró.
«Doug, le acabas de decir a Dios que quieres quitar del trono a tu mente y tu voluntad. Ahora, vamos a hacerlo». Oró de nuevo.
«Señor, ayúdame a sacar a mi mente y mi voluntad del trono de mi vida. Amén».
«Doug», le dije delicadamente, «Dios te va a ayudar. Él quiere ayudarte. Pero esto es algo que tienes que hacer tú, con un acto de tu mente, tu voluntad y tus emociones. Debes decir con sinceridad: «Dios mío, en este momento saco mi mente, mi voluntad y mis emociones del trono de mi vida para poner en ese lugar a tu Espíritu y tu Palabra. A partir de ahora, tú eres quien tiene el control de mis pensamientos, emociones y decisiones».
Con sus propias palabras, Doug le presentó esas ideas al Señor. Después que terminó, sucedió algo inesperado. De repente le pareció que todas aquellas dudas que lo habían estado acosando durante tanto tiempo, carecían de importancia. Ahora poseía un discernimiento espiritual que le daba una perspectiva nueva acerca de Dios, de la Biblia y de la vida entera.
Pablo explicó el conflicto entre el razonamiento humano y el discernimiento espiritual cuando escribió:
«Pues mirad, hermanos, vuestra vocación, que no sois muchos sabios según la carne, ni muchos poderosos, ni muchos nobles». 1 Corintios 1:26.
Con respecto a las verdades espirituales profundas, Jesús dijo:
«Yo te alabo, oh Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque escondiste estas cosas de los sabios y entendidos, y las has revelado a los niños». Lucas 10:21.
Solo los que tienen la fe de un niño en un Dios infinitamente sabio pueden comprender estas cosas. Porque «el hombre natural no percibe las cosas que son del Espíritu de Dios, porque para él son locura, y no las puede entender, porque se han de discernir espiritualmente». 1 Corintios 2:14.
¿Le ha parecido últimamente que su esperanza y su gozo se han comenzado a debilitar? El discernimiento espiritual por medio de los mandatos de Cristo nos permite ver más allá de nuestras posibilidades y circunstancias del presente para ver esas cosas que «Dios ha preparado para los que le aman». 1 Corintios 2:9.
La conversión de nuestra alma con la Ley de Dios.
Las Escrituras nos dicen que «la ley de Jehová es perfecta, que convierte el alma». Salmo 19:7.
Cuando comenzamos a ser creyentes, nuestro espíritu nace de nuevo. En cambio, nuestra alma también necesita una conversión.
La palabra convertirse significa dar media vuelta; girar hacia el rumbo diametralmente opuesto. Esto es lo que le hace la Ley de Dios a nuestra alma, y la recompensa es grande.
Dios le prometió a Josué que todo le saldría «bien» en su liderazgo y en la guerra, si mantenía delante de sí la ley, y meditaba en ella de día y de noche (Josué 1:8). El testimonio del Salmo 119 es igualmente significativo:
¡Oh, cuánto amo yo tu ley!
Todo el día es ella mi meditación.
Me has hecho más sabio que mis enemigos
con tus mandamientos, porque siempre están conmigo.
Más que todos mis enseñadores he entendido,
porque tus testimonios son mi meditación.
Salmo 119:97-99.
Jesús aclaró la ley en los mandatos que les enseñó a sus discípulos, y nuestra forma de manifestar el amor que le tenemos, es mantener delante de nuestros ojos los mandamientos de Jesús, con el propósito de cumplirlos. Él nos dijo:
«Si me amáis, guardad mis mandamientos». Juan 14:15.
Los mandatos de Jesús no solo convierten nuestra mente, voluntad y emociones, sino que también nos revelan quién es el Señor en realidad. No es de extrañarse que Pablo nos exhorte diciendo: «La palabra de Cristo more en abundancia en vosotros, enseñándoos y exhortándoos unos a otros en toda sabiduría» (Colosenses 3: 16). Y Santiago nos ordena: «Recibid con mansedumbre la palabra implantada, la cual puede salvar vuestras almas» (Santiago 1:21).
El control del alma por medio del ayuno.
Alguien describió la vida cristiana como una feroz pelea entre dos perros. Cuando uno de los espectadores preguntó cuál perro ganaría, el que tenía el control de todo aquello dijo: «¡El que yo alimento!».
Pablo lo dijo de otra forma:
«Porque el deseo de la carne es contra el Espíritu, y el del Espíritu es contra la carne; y éstos se oponen entre sí, para que no hagáis lo que quisiereis.... Porque el que siembra para su carne, de la carne segará corrupción; mas el que siembra para el Espíritu, del Espíritu segará vida eterna». Gálatas 5:17; 6:8.
El apóstol también estaba muy consciente de la necesidad que tenía de controlar los afanes y apetitos de su alma con las disciplinas personales. Se comparaba a un corredor que estaba decidido a ganar el premio:
«Sino que golpeo mi cuerpo, y lo pongo en servidumbre, no sea que habiendo sido heraldo para otros, yo mismo venga a ser eliminado». 1 Corintios 9:27.
Uno de los principales elementos del programa que se había trazado Pablo para controlarse a sí mismo era el ayuno. Afirma que ha estado «en muchos ayunos». 2 Corintios 11:27.
Todavía recuerdo con toda claridad la primera vez que traté de pasarme un día entero sin comer. Esta idea me vino cuando estaba aprendiendo estas palabras de Jesús:
«Pero tú, cuando ayunes, unge tu cabeza y lava tu rostro, para no mostrar a los hombres que ayunas, sino a tu Padre que está en secreto; y tu Padre que ve en lo secreto te recompensará en público». Mateo 6:17-18.
En mi iglesia había un cuarto pequeño que sirvió de escenario a mi «aventura» espiritual. Con mi Biblia, un cuaderno de notas y un himnario, comencé. Después de lo que me pareció horas, me fui al cuarto de al lado para ver el reloj. Este me dijo que había estado ayunando menos de una hora.
Los que ayunan pasan por este fenómeno: el reloj parece funcionar con mayor lentitud. Así que, si quiere hacer más cosas, lo que necesita es ayunar.
Al cabo de pocas horas, mi estómago me anunció que era la hora del almuerzo. Allí tenía un nuevo reto con el que tendría que contender. Mientras trataba de leer la Biblia, mi mente se dedicaba a visualizar unos filetes acabados de freír,un cremoso helado de chocolate y unos batidos bien espesos. Mi alma le decía a mi espíritu: «¡Te felicito! Ya ayunaste. Ahora, vamos a buscar algo de comer», Pero mi espíritu se oponía, así que yo seguía ayunando. Después de varias horas más, y de varias batallas con mi carne, comenzó lo que para mí era una emocionante experiencia nueva. De una forma que nunca antes había conocido en mi joven vida, Dios abrió a mi comprensión espiritual los ricos tesoros de su verdad y me mostró la forma de aplicarlos a mi vida. Las recompensas espirituales de aquel día me motivaron para repetir aquello semanalmente. Una y otra vez, las Escrituras afirman que el ayuno secreto obtiene recompensas públicas.
Esdras ayunó y oró para pedir seguridad contra los ladrones merodeadores, y Dios los protegió. Esdras 8:21-23.
Nehemías ayunó y confesó los pecados del saqueado pueblo de Dios de Jerusalén, y Dios le dio una estrategia para obtener la victoria. Nehemías 1:4.
Los ancianos de la iglesia de Antioquía le ministraron al Señor y ayunaron, y Él les indicó que enviaran a Bernabé y a Pablo para alcanzar al mundo gentil. Hechos 13:2-3.
Algo especial.
Un domingo me desperté por la mañana con la clara sensación de que debía ayunar ese día. Pero tenía un problema. Ya había aceptado un compromiso para cenar con un piadoso matrimonio de un pueblo vecino. ¿Cómo podría cumplir con mi compromiso de estar con ellos al mismo tiempo que honraba al Señor con mi ayuno? Después del culto, me fui en mi auto hasta su casa. Ellos me dieron una calurosa bienvenida, y después yo les dije:
«Les tengo que decir algo que es muy difícil de explicar».
Ellos me preguntaron qué era, y les expliqué:
«Esta mañana, Dios me hizo ver muy claro que me debía pasar el día en ayuno, pero yo quiero honrar mi compromiso de estar con ustedes, así que si me permiten omitir solo la cuestión de la comida, todavía podremos confraternizar, y a mí me irá bien».
Ellos comprendieron enseguida y me dijeron que debía seguir lo que el Señor me indicaba que hiciera.
«Podemos comer juntos en cualquier otro momento», me dijeron. «Váyase a casa para estar con el Señor».
Durante la semana siguiente, el Señor honró aquel día de ayuno de una forma asombrosa. Yo me había estado reuniendo todas las noches con diversas pandillas de barrio de Chicago, pero sin ver ningún resultado espiritual. El lunes por la noche, cuando iba de camino para reunirme con una pandilla del sur de la ciudad, vi junto al camino a dos hombres jóvenes con chaqueta de cuero pidiendo que alguien los
recogiera. Me detuve y les hice señales de que entraran al auto. Mientras seguíamos, les pregunté dónde vivían.
«En esta zona», me dijeron entre dientes. Me volví al joven que estaba sentado junto a la puerta y le dije:
«¿Cómo te llamas?» Él me dio su apellido, y casi espontáneamente le dije:
«¿Y te llamas Bill?». Él me miró con una curiosidad llena de miedo.
«Sí», me dijo. Entonces me volví al otro, que estaba sentado junto a mí, y le pregunté su nombre. Él también me dio su apellido. Yo hice una rápida oración: Señor, ¿cuál es su nombre de pila? Me vino a la mente el nombre de Tom, así que le pregunté:
«¿Y te llamas Tom?». Ambos me miraron asombrados. El segundo joven me dijo:
«Y usted, ¿cómo sabe nuestros nombres? ¿Es policía?» En realidad, yo estaba tan sorprendido como ellos, y le dije:
«Realmente, ¿te llamas Tom?» Él levantó el brazo izquierdo y echó para atrás la manga de su chaqueta. Allí en el brazo tenía tatuadas las letras T-o-m.
«Bill y Tom», les dije. «Escúchenme. Yo nunca supe el nombre de nadie, como acabo de hacerlo. Es evidente que Dios quiere que ustedes sepan que esto que les vaya decir a continuación es tan cierto e importante como sus nombres».
Después de explicarles el Evangelio, ellos admitieron que en realidad se habían fugado de su hogar para irse a California. De inmediato me di cuenta de que mi capacidad para decirles sus nombres y su respuesta al Evangelio eran resultado directo de la preparación de mi corazón que Dios había hecho por medio del ayuno. A lo largo del resto de la semana, muchos miembros de pandillas que se habían estado resistiendo al Evangelio, invocaron al Señor para pedirle la salvación.
Cuando me acercaba a los treinta años de edad, me venía a la mente este pensamiento:
Jesús ayunó durante cuarenta días cuando llegó a esta edad. ¿Por qué no habría yo de poder hacer lo mismo?
Esta idea se volvió emocionante y hacia el final de un oscuro y frío mes de diciembre, viajé a una cabaña en la zona de los Northwoods para hacer algo que se convertiría en el momento decisivo de mi vida. Durante aquellas semanas maravillosas, la temperatura descendió hasta los treinta y cinco y los cuarenta grados centígrados bajo cero a la intemperie con ventiscas de nieve que llegaban al metro y medio de profundidad. Yo también estaba pasando frío en mi habitación de los altos, pero estaba experimentando una intimidad con el Señor que no había conocido nunca antes. Escribí las lecciones que Él me había enseñado durante los quince años anteriores de labor con los jóvenes y con sus padres. Este material se convirtió en el libro de texto del Seminario sobre Conflictos Básicos de los Jóvenes, al que han asistido millones de personas durante los últimos treinta y tantos años. Una de mis metas durante el retiro en los Northwoods fue leerme entera la Biblia. Cuando llegué al Salmo 21:1, tuve una experiencia personal con el Señor que ha causado desde entonces un profundo impacto en mi vida.
«El rey se alegra en tu poder, oh Jehová; y en tu salvación, ¡cómo se goza!» Salmo 21:1.
Esa verdad me preparó para el versículo siguiente.
«Le has concedido el deseo de su corazón, y no le negaste la petición de sus labios» Salmo 21:2.
En ese instante me sentí inusitadamente consciente de que Dios me estaba invitando a hacerle una petición. Recordé lo complacido que Él se sintió con la petición de Salomón. Yo también quería sabiduría, pero además quería algo más. Anhelaba experimentar la forma de vida de Dios y tener la capacidad necesaria para explicársela a los demás, de manera que ellos también la comprendieran.
Le pedí al Señor que me diera su vida, y la capacidad de poderla enseñar a otros. Entonces bajé la vista para seguir leyendo. Mis ojos se fijaron en el versículo cuatro, y un estremecimiento recorrió todo mi ser.
«Vida te demandó, y se la diste». Salmo 21:4.
A continuación de aquel tiempo pasado en los Northwoods, fui invitado a dar un curso de verano en el Colegio Universitario Wheaton. Ellos le habían dado a ese curso el nombre de «Conflictos Básicos de los Jóvenes». En el primer grupo había cuarenta y cinco alumnos, entre pastores, directores de jóvenes y estudiantes de colegio universitario. Al año siguiente se inscribieron ciento veinte. Y después pasaron a ser mil, a continuación diez mil, y muy pronto, hasta veintiocho mil en un solo seminario de treinta y dos horas. Ciertamente, Dios había comenzado a cumplir su promesa de 1 Corintios 2:9: Cosas que ojo no vio, ni oído oyó, ni han subido en corazón de hombre, son las que Dios ha preparado para los que le aman.
Puntos para meditar:
¿Qué cosa especial quiere hacer Dios por medio de usted? ¿Qué vida quiere Él que usted toque en su nombre? ¿Qué puertas más allá de cuanto usted se imagina quiere Él abrirle? ¿Qué parte de este mundo en tinieblas quiere Él iluminar por medio de la lámpara de su vida puesta en alto?
Sí, con toda seguridad, Él nos tiene planificadas cosas incomprensibles en el cielo, para los días infinitos de la eternidad. Pero Él también tiene planes para usarlo a su servicio en esta vida, en estos breves días antes que comparezcamos juntos ante su presencia. Y va a usar a los que lo hayan amado con toda el alma, ofreciéndole su cuerpo, mente, emociones y voluntad de todo corazón. De hecho, Él siente celo por que esto suceda. Y es el celo del amor infinito.
Si nunca ha intentado ayunar, piense en la forma en que esta disciplina lo puede llevar adelante en el sendero de los que aman a Dios con todo el corazón. Podría comenzar con un solo día, o incluso una sola comida, y usar ese tiempo para buscar al Padre en su lugar secreto. Asegúrese de consultar a su médico antes de intentar un ayuno prolongado de semanas.
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