Bienvenidos a Hijos Obedientes

“Como hijos obedientes, no vivan conforme a los deseos que tenían antes de conocer a Dios. Al contrario, vivan de una manera completamente santa, porque Dios, que los llamó, es santo; pues la Escritura dice: "Sean ustedes santos, porque yo soy santo".

1 Pedro 1:14-16.-


martes, 8 de febrero de 2011

El Celo de Dios

Porque no te has de inclinar a ningún otro dios, pues Jehová, cuyo nombre es Celoso, Dios celoso es. Éxodo 34:14.

Pocos días después de su matrimonio, un joven esposo muy sociable decidió demostrar el amor que le tenía a su esposa, sacándola a un restaurante distinguido. Cuando llegaron, el jefe de los camareros los escoltó hasta una mesa especial y los ayudó a sentarse. Pronto llegó la camarera, una joven brillante y atractiva. El esposo le sonrió con evidente deleite. Observó su nombre en el uniforme y lo usó para enzarzarse con ella en unos momentos de animada conversación. Entonces, le pidió lo que iban a comer de cena. Mientras se alejaba la camarera, el feliz esposo volvió a mirar a su esposa... y le sorprendió el cambio de actitud que se había producido en ella. Daba el aspecto de sentirse herida y sentida.

«Cariño», le dijo, «¿Qué te sucede?».
«Vi cómo te brillaron los ojos cuando miraste a esa camarera. ¡Eso me dolió!».
Él se sintió confundido.
«¿Te dolió? ¿Por qué te habría de doler? Solo estaba tratando de ser amistoso. Esa es mi naturaleza. Soy extrovertido. Disfruto con la gente».

Aquella distinción sirvió muy poco para consolar a su acongojada esposa. ¿Acaso no acababa él
de prometer en sus votos matrimoniales que «abandonando a todas las demás», se uniría a ella y se dedicaría a ella?
Desde su boda, ella ya había notado en varias ocasiones que a su esposo le chispeaban los ojos al ver a otras mujeres, pero no había dicho nada hasta aquella noche en el restaurante.
Felizmente, esta historia tiene un buen final. El recién casado aprendió pronto su lección, entrenó su vista ya partir de entonces, trató a las demás mujeres de una manera educada y desprendida. Sus ojos siguen chispeando, pero solo cuando es su esposa la que entra en la habitación. Así, han ido desarrollando un matrimonio feliz y próspero.

Cuando vemos a aquella joven esposa explicar lo herida y ofendida que se había sentido con el deleite tan evidente que sentía su esposo ante otra mujer, podríamos pensar: Esta señora tiene problemas de celos!!!.
Podríamos pensar que el problema estaba en ella. “Obviamente, es demasiado sensible, y tal vez teme que la desplace la camarera”.
¿Acaso no pensamos que siempre la persona que siente los celos es la que tiene el problema, y que es ella quien necesita resolverlo?.
Sin embargo, aquella pareja se hallaba en una relación de pacto, y en una unión así, no puede haber tolerancia alguna para ningún afecto rival. En la ceremonia nupcial, ambos habían hecho voto ante Dios de que se apreciarían y amarían entre sí. En este caso, los celos estaban justificados.
Ella tenía razón en sentirse celosa. Quería que la vista de él se fijara en ella. Quería su corazón; su amor. Y a causa de los votos que habían hecho, tenía todo derecho a esperar aquellas cosas.

«Porque yo soy Jehová tu Dios, fuerte, celoso». Éxodo 20:5.

¿En qué sentido es celoso Dios? ¿Solo era celoso por la nación de Israel, o también lo es por cada uno de nosotros? ¿Qué afectos rivales existen en mi propia vida (palabras, pensamientos o acciones) que hacen que el Soberano Todopoderoso del universo sienta el dolor de los celos?

Como en el caso de la esposa celosa en el restaurante, Dios observa los ojos de nuestro corazón. Él nota cada vez que brillan ante algún afecto rival. Su Espíritu Santo se entristece ante el quebrantamiento de nuestra lealtad. Y si persistimos en seguir dividiendo la lealtad, vamos a pasar por un serio conflicto en la vida, tal como les pasó a esos recién casados en la noche que habían decidido disfrutar juntos.

Tal vez alguien haga este comentario: «¿Qué le importa al Dios grande y omnipotente que uno de sus hijos se distraiga con algún afecto pasajero? ¡Sin duda, Él tendrá cosas más importantes que hacer, que seguirles la pista a nuestras pequeñas indiscreciones o inclinaciones desviadas!».

Si pensamos así, es solo porque subestimamos su amor... y su santidad. Las Escrituras nos muestran que Él sí se da cuenta de las cosas pequeñas; de esas «pequeñas» idolatrías que nosotros justificamos con tanta rapidez.
En el libro de Jeremías, el Señor le habla a este profeta acerca de una práctica que tenían algunas de las mujeres de Judá. Habían estado horneando pequeñas tortas en sus propios hornos; unas tortas hechas con la forma de un ídolo conocido como «la reina del cielo» (Jeremías 44: 19).
No eran más que unas pequeñas tortas planas. Hasta podríamos estirar el argumento un poco para llamarlas galletas. Y con todo lo que estaba pasando en el mundo... con las guerras y los rumores de guerras... con todas las deliberaciones de los reyes, los príncipes y los generales... ¿A Dios le iban a preocupar unas mujeres que estaban horneando galletas?
Sí, le preocupaba. Porque conocía los corazones de ellas. Veía las idolatrías secretas que había tras su «inocente» actividad. Y esto es lo que dijo acerca de ella:

«¿No ves lo que éstos hacen en las ciudades de Judá y en las calles de Jerusalén? Los hijos recogen la leña, los padres encienden el fuego, y las mujeres amasan la masa, para hacer tortas a la reina del cielo y para hacer ofrendas a dioses ajenos, para provocarme a ira». Jeremías 7:17-18.

Aquellas pequeñas tortas despertaron los celos de Dios, provocándolo a la ira. Se dio cuenta... y se entristeció.

En el primero y mayor de los mandamientos, Dios presenta con toda claridad su exigencia de que le tengamos un amor totalmente leal:

«Y amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, y con toda tu alma, y con toda tu mente y con todas tus fuerzas». Marcos 12:30.

Después de amar al Señor con todo el corazón, el alma, la mente y las fuerzas, no nos quedará afecto alguno para otros deleites que puedan rivalizar con Él.

Dios tiene muchos nombres y títulos con los cuales se da a conocer. Sin embargo, hay uno de ellos del que no se habla mucho en estos tiempos. No se oye que se hagan cantos o que se escriba bellamente de él. Este nombre de Dios es Qanná. «Celoso».

En los Diez Mandamientos, Él proclama:

«Porque yo soy Jehová tu Dios, fuerte, celoso». Éxodo 20:5.

Varios capítulos más tarde, afirma:

Jehová, cuyo nombre es Celoso, Dios celoso es». Éxodo 34:14.

Y Josué afirma:

«Él es Dios santo, y Dios celoso». Josué 24:19.

Algunos conocen estos versículos hace años. Estos versos de la Biblia no sólo describen la relación de Dios en el Antiguo Testamento con Israel, en un tiempo remoto y un lugar muy lejano. En el Nuevo Testamento no debemos ver a un Dios que se ha convertido en un Dios amoroso y lleno de misericordia, que de alguna forma pasa por alto nuestros afectos rivales. Caso contrario, mientras más reflexionemos al respecto, más incómodos deberíamos sentirnos. Aquellos pensamientos deberían huir ante lo que Dios mismo proclama:

«Porque yo Jehová no cambio». Malaquías 3:6.

En otras palabras, tan amoroso y lleno de misericordia es Dios en el Antiguo Testamento, como lo es ahora en el Nuevo. Él insiste tanto en tener todo nuestro afecto y toda nuestra lealtad en el Nuevo Testamento como insistía en el Antiguo con su propia nación.

Dios está totalmente consciente de todo deleite, amistad o afecto que rivaliza en nuestras vidas con su carácter y su voluntad. Alimentar esos afectos (volverse a ellos y cultivarlos en los momentos tranquilos del día o de la noche), es agitar sus celos y, en realidad, entristecer su Santo Espíritu. Esto sólo traerá angustia y conflicto a nuestra propia vida y a todas nuestras relaciones.

Pidamos a Dios que nos dé una nueva medida de su gracia y de su discernimiento. Si hemos estado haciendo que Él se sienta celoso, deberíamos cortar con ello y erradicarlo totalmente de nuestra vida.

Puntos para meditar.-
¿Hay aspectos de nuestra vida que compiten por el afecto y la lealtad que le debemos a Dios? ¿Había usted pensado alguna vez que Él es celoso de los afectos de usted?

Llévele estos asuntos a Él en oración, y pídale que le revele los secretos de su corazón.

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