Por B. Gothard. (Adaptación).
Dame, hijo mío, tu corazón, y miren tus ojos por mis caminos. Proverbios 23:26.-
“Ten cuidado con lo que quieres cuando tienes quince años, porque lo vas a tener cuando llegues a los treinta. Ten cuidado con lo que quieres cuando tienes treinta años, porque lo vas a tener cuando llegues a los sesenta”.
Cuando ponemos el corazón en algo, comenzamos a llenarnos los ojos y la atención con aquellas cosas que se relacionan de manera directa con ese fuerte enfoque interior. Las Escrituras nos advierten:
Dame, hijo mío, tu corazón, y miren tus ojos por mis caminos. Proverbios 23:26.-
“Ten cuidado con lo que quieres cuando tienes quince años, porque lo vas a tener cuando llegues a los treinta. Ten cuidado con lo que quieres cuando tienes treinta años, porque lo vas a tener cuando llegues a los sesenta”.
Cuando ponemos el corazón en algo, comenzamos a llenarnos los ojos y la atención con aquellas cosas que se relacionan de manera directa con ese fuerte enfoque interior. Las Escrituras nos advierten:
«Sobre toda cosa guardada, guarda tu corazón; porque de él mana la vida». Proverbios 4:23.
Las demás prioridades, las demás cuestiones, los demás sucesos de la vida que tal vez tengan una gran importancia para muchas personas, pasan inadvertidos para nosotros. ¿Por qué? Porque no están en sintonía con nuestras metas. No tienen que ver con la pasión que llevamos en el corazón.
Imaginemos un atleta. Un joven que se ha estado entrenando durante años a fin de clasificar para las olimpíadas como patinador de velocidad. Todos los días de su vida se levanta antes del amanecer, y prepara cuerpo y mente para la competencia que domina por completo todos sus pensamientos. A medida que se aproxima la semana de pruebas para las olimpíadas, ¿cuánto tiempo más va dedicando a pensar acerca de otras empresas y otros intereses? ¡No tiene tiempo para ninguna otra cosa! ¡Todas ellas son distracciones! Él está concentrando todas sus energías en una sola meta: alcanzar sus sueños de clasificarse para las olimpíadas.
Lo mismo sucede en cuanto a amar a Dios tal como lo ordenan las Escrituras. No se trata de una empresa informal y tibia. Jesús mismo dijo que debemos amar al Señor nuestro Dios:
1.- Con todo el corazón,
2.- Con toda el alma,
3.- Con toda la mente y
4.- Con todas las fuerzas.
¿Por qué es esto tan importante?
Porque nuestro corazón es el asiento de nuestros afectos, y lo que amemos con el corazón es lo que les va a dar forma a las metas y a la dirección que tome nuestra vida entera.
Ese proceso, tanto si nos damos cuenta como si no, está funcionando en nuestra vida en estos mismos momentos.
Cuando nos apartamos de esa búsqueda... Cuando comenzamos a apartar los ojos de esa meta... Cuando nos sumergimos y fascinamos con otros afectos, con otros «amantes», Dios se pone celoso. Y con toda razón. Él es el que nos redimió, comprándonos a un precio grande y terrible.
Hace varios años Bill Gothard estaba dirigiendo un seminario de consejería para unos ochocientos jóvenes. Durante aquella semana de adiestramiento, recibe una sorpresiva invitación para reunirse con el gobernador de Indiana. Era una oportunidad especial, pero iba a tener que salir de una de las sesiones media
hora antes.
Cuando lo supieron varios de los estudiantes, rogaron que dejara que una jovencita de dieciséis años llamada Christiana diera su testimonio. Como la recomendación había sido tan fuerte, la presentó a los jóvenes y salió para acudir a la reunión.
Tan pronto volvió al auditorio, sintió que había sucedido algo. Un maravilloso espíritu de avivamiento había inundado el seminario. Había lágrimas de arrepentimiento y de gozo. Preguntó qué había sucedido y todo lo que le pudieron decir fue: «Queremos amar a Jesús de la forma que Christiana lo ama».
Christiana expresó su amor por el Señor de la forma que la mayoría de las jovencitas expresan su amor por un novio. Habló de las cosas que a Él le gustan.
Alardeó acerca de las cosas que Él ha hecho. Compartió las cosas especiales que Él le había dicho desde la Palabra. Señaló los recuerdos de unos sucesos especiales con Él y explicó las muchas formas en que Él le prestaba atención a ella.
Christiana amaba al Señor con todo el corazón... y aquel día, todos los que estaban en el auditorio pudieron verlo y sentirlo.
«Y me buscaréis y me hallaréis, porque me buscaréis de todo vuestro corazón». Jeremías 29:13.
Muchos han buscado al Señor, pero no lo han hallado, porque no lo han buscado con todo el corazón.
En Jeremías 17:9 hay una verdad que complica el reto de buscar a Dios con todo el corazón: «Engañoso es el corazón más que todas las cosas, y perverso; ¿quién lo conocerá?».
Este versículo describe el problema: El engaño, que tiene metidas sus raíces hasta el centro mismo de nuestro ser.
Dios nos advierte que tenemos capacidad para esconder apetitos erróneos en el corazón; para meterlos en las resquebrajaduras y las grietas y detrás de paredes falsas y puertas ocultas, en la secreta esperanza de poderlos sacar de allí un día para satisfacerlos. Y Satanás, tal vez sabiendo dónde los hemos escondido, nos proporciona con frecuencia las oportunidades perfectas para lograrlo.
Tal vez la gente se sorprenda cuando caigamos en algún apetito ilícito que parezca ajeno a nuestra personalidad, y tal vez nosotros mismos nos lamentemos ante las consecuencias de nuestras acciones. Sin embargo, se trata de lo mismo que todo el tiempo hemos venido deseando hacer. El apetito se hallaba metido dentro de nuestro corazón, acariciado y alimentado en privado durante años y esperando su oportunidad.
La única respuesta a este dilema es una operación quirúrgica radical.
Debemos dejar que el Espíritu de Dios corte lo que sea necesario en la cubierta de nuestro corazón con un arrepentimiento y una confesión auténticos, y purifique después ese corazón con el agua de la Palabra.
La capacidad del corazón humano para esconder apetitos secretos es increíble.
Cuán cierto es el texto bíblico que dice: «El que encubre sus pecados no prosperará; mas el que los confiesa y se aparta alcanzará misericordia». Proverbios 28:13.
Todos necesitamos abrirle el corazón a alguien o a algo.
Si nos resistimos en lugar de abrirlo delante del Señor, y tratamos de conservar compartimentos escondidos y esquinas para nuestro uso personal, solo nos estaremos engañando a nosotros mismos. Y nos enfrentaremos al peligro de que
haya pecados secretos que echen raíces en nuestro corazón; pecados que un día nos podrían llevar a unas angustias y tragedias imposibles de imaginar.
Una atractiva jovencita de diecisiete años cautivó la atención y la admiración de un jovencito de diecinueve. Buscó la forma de conversar con ella, y la aprobación que ella sintió que recibía de él se hallaba por encima de todo cuanto había experimentado de su propio padre. Solo esa realidad la hizo inmediatamente vulnerable ante las atenciones de él. El joven obtuvo su número de teléfono y comenzó a llamarla en momentos en los que sus padres no estaban en la casa. Poco tiempo después le había robado el corazón. Ella se sentía segura con sus atenciones, y se fue distanciando más de sus padres... y también del Señor. Cerró el corazón a la convicción del Espíritu Santo, que le seguía diciendo que aquella amistad no era correcta y que la iba a herir. Cuando se produjo el inevitable enfrentamiento entre el joven y los padres de la jovencita, aquella hija prefirió al amigo y se fue de la casa. El padre estaba enojado ante la relación que su hija había mantenido en secreto durante largo tiempo con aquel joven. Sin embargo, resultó que ella no era la única de la familia que practicaba el engaño. Cuando el padre fue recibir consejería, admitió que él también estaba manteniendo una amistad secreta con otra mujer, y que se había convertido en adicto a la pornografía. Quería que su hija le mostrara su corazón sin engaños,
pero él mismo no le había presentado su propio corazón al Señor sin engaños tampoco. Y la simple verdad es que no podemos tener lo que queremos, sin darle a Dios lo que Él quiere.
“Pues tus testimonios son mis delicias y mis consejeros... Guíame por la senda de tus mandamientos, Porque en ella tengo mi voluntad”. Salmo 119:24, 35.
El proceso de buscar al Señor con todo el corazón comienza en realidad cuando nos deleitamos en su Palabra.
En las páginas de la Biblia nos encontramos con la Palabra viva de Dios: Jesucristo mismo. Jesús les dijo a los líderes judíos: «Escudriñad las Escrituras; porque a vosotros os parece que en ellas tenéis la vida eterna; y ellas son las que dan testimonio de mí». Juan 5:39.
Este deleitarse en Dios se origina cuando leemos los pasajes de las Escrituras y le permitimos al Espíritu Santo que sea Él quien subraye, destaque y aplique ciertos pasajes concretos. Es una experiencia maravillosa. Sus ojos están revisando una página de la Biblia que usted ha leído muchas, muchísimas veces. De repente, un versículo parece destacarse como si estuviera escrito en letra negrita o subrayado con todos los colores del arco iris. En ese momento, el Señor le habla a través de ese pasaje de una forma muy real y oportuna.
Bill Gothard dijo: “Una y otra vez me he maravillado ante la forma en que el Espíritu Santo saca a la luz conceptos frescos y aplicaciones nuevas a partir de unos textos de la Escrituras que aprendí de memoria años, tal vez décadas atrás.
A medida que comencé a injertar estos pasajes en mi corazón y mi alma, fui comprendiendo como nunca antes el corazón de Dios, y deleitándome en Él”.
Los Salmos son un punto de partida excelente para esta experiencia, por la forma tan conmovedora en que expresan el corazón de David, descrito como un hombre según el corazón del propio Dios.
"Una cosa he demandado a Jehová, ésta buscaré; que esté yo en la casa de Jehová todos los días de mi vida, pra contemplar la hermosura de Jehová, y para inquirir en su templo". Salmo 27:4.
¿Es esto cierto acerca de nuestro corazón en estos momentos? Debería serlo.
Una buena práctica sería aprender de memoria este versículo y comenzar a tomar la sana costumbre de dormirse todas las noches citándoselo al Señor. Cada noche escoger una palabra distinta para resaltarla y meditar en la forma en que se podría aplicar a nuestra vida.
Seguramente este nos dará una comunión y una intimidad con el Señor que eran cada vez más satisfactorias.
«Si permanecéis en mí, y mis palabras permanecen en vosotros, pedid todo lo que queréis, y os será hecho. En esto es glorificado mi Padre, en que llevéis mucho fruto, y seáis así mis discípulos». Juan 15:7-8.
Dormirse mientras se tiene comunión con Dios por medio de las Escrituras es un elemento clave para amarlo con todo el corazón.
«Temblad, y no pequéis; meditad en vuestro corazón estando en vuestra cama, y callad». Salmo 4:4.
Durante los largos años en que tuvo que huir de Saúl por el desierto de Judá, David compuso estas palabras:
«Cuando me acuerde de ti en mi lecho, cuando medite en ti en las vigilias de la noche. Porque has sido mi socorro, y así en la sombra de tus alas me regocijaré». Salmo 63:6-7.
No crea que se trata de una especie de disciplina severa e inflexible. Es un verdadero deleite. Cuando los sucesos del día y las preocupaciones por el mañana se comiencen a desvanecer en su mente, y su cuerpo comience a relajarse y a disfrutar del sueño y el descanso de los que Dios quiere que disfrute, su espíritu saboreará esos pocos momentos finales dorados de comunión con ese Dios que lo ama. Y cuando vuelva a despertar -ya sea en medio de la noche o con la luz de la mañana-, esa dulce fragancia de la presencia de Dios estará aún con usted.
Al irnos a dormir citando las Escrituras, se produce un maravilloso proceso purificador en el corazón y la mente.
La Palabra de Dios purifica las motivaciones, los pensamientos y las fantasías incorrectas del corazón. Día y noche, nuestra comunión con el Señor va a fortalecerse grandemente cuando nos aprendamos pasajes de memoria.
El salmista proclamó: «En mi corazón he guardado tus dichos, para no pecar contra ti». Salmo 119: 11.
Es un consolador recordatorio que Él siempre está con nosotros. Aunque
estemos dormidos y no seamos conscientes, Él está allí.
«Dulce será mi meditación en él; yo me regocijaré en Jehová». Salmos 104:34.
Durante sus años en la escuela primaria, un niño era muy mal estudiante. De hecho, tuvo que repetir el primer grado. La maestra tuvo mucho tacto a la hora de explicárselo. Lo sacó al vestíbulo, donde lo estaba esperando su madre, y le habló con una voz animada y llena de entusiasmo.
«Bien, Billy, ¿Te gustaría ser líder en primer grado, estudiándolo otra vez el año que viene?»
No obstante, la repetición del primer grado no le ayudó demasiado. Como se estaba haciendo demasiado grande para el pupitre, lo pasaron de grado de manera condicional. A partir de aquel año, lo siguieron pasando de manera condicional.
Después de la primaria, una de sus hermanas mayores se estaba quejando en voz alta ante la idea de que Billy pasara a la secundaria.
«¿Cuál es tu problema?», le preguntó.
«Vas a tener malas notas», exclamó, «y muy pronto vamos a ser conocidas como las hermanas del tonto».
Ese encuentro encendió un pequeño fuego debajo de Billy, y lo motivó para trabajar duro y lograr mejores notas.
Todas las noches se pasaba horas trabajando laboriosamente en sus tareas. Sin embargo, lo mejor que pudo lograr, por mucho que se esforzó, fue tener un poco por encima del mínimo para el «aprobado». Entonces, un día, una piadosa anciana de la iglesia le preguntó si quería triunfar en la vida. Su pregunta tomó un poco por sorpresa a Billy, pero no tuvo que pensar mucho tiempo acerca de la respuesta. Le respondió con un rotundo «Sí», y entonces ella lo desafió a que aprendiera de memoria un pasaje largo de las Escrituras cada semana y se lo recitara a ella.
Le llevaba unas diecisiete horas por semana lograrlo, porque Billy era muy malo para aprender. Sin embargo, cuando le dieron las notas en el semestre siguiente, el promedio era de un «sobresaliente» bajo. Después de aquello, todos los años sus notas iban mejorando en proporción directa a su fidelidad en cuanto a aprender de memoria las Escrituras y meditar en ellas. Todo el mundo estaba sorprendido, incluso Billy cuando se graduó de la secundaria en la Sociedad Nacional de Honor y del colegio universitario con honores.
Son miles los que han experimentado unos resultados similares. Un estudiante de medicina con una capacidad académica normal comenzó a aprenderse de memoria los capítulos de las Escrituras. Se graduó en la escuela de medicina dentro del percentil de los noventa. En la escuela universitaria superior se situó en el percentil noventa y cinco, y en la prueba nacional final siguió en el percentil noventa y cinco. Él atribuye esto directamente a su diligencia en la meditación de la Palabra de Dios.
Dios quiere que todos y cada uno de sus hijos recorran el camino de la vida hacia la posesión de un «corazón perfecto».
¿Qué significa esto? ¿Que nunca vamos a pecar? No; el apóstol nos asegura que pecamos y seguiremos pecando. Juan escribe: «Si decimos que no tenemos pecado, nos engañamos a nosotros mismos, y la verdad no está en nosotros. Si confesamos nuestros pecados, él es fiel y justo para perdonar nuestros pecados, y limpiarnos de toda maldad. Si decirnos que no hemos pecado, le hacemos a él mentiroso, y su palabra no está en nosotros». 1 Juan 1:8-10.
La perfección impecable es imposible a este lado del cielo.
Hasta Pablo mismo reconocía que él trataba de alcanzar esta situación, pero no lo lograba. Filipenses 3:12-14.
Admitía con toda franqueza que aspiraba a la perfección, pero no había llegado a ella. Sin embargo, eso no quiere decir que dejara de intentarlo. Negándose a dejar que los fallos del ayer lo desalentaran, o los retos del mañana lo amedrentaran, había hecho del esfuerzo por seguir adelante hacia la meta el objetivo de su vida.
Las Escrituras nos exhortan a todos a madurar en nuestro caminar con el Señor, y en especial, en nuestro amor por los demás.
Esta perfección «telos» está explicada en Efesios 4:13: «Hasta que todos lleguemos a la unidad de la fe y del conocimiento del Hijo de Dios, a un varón perfecto, a la medida de la estatura de la plenitud de Cristo».
Es decir, que hay mucho por andar y mucho por crecer. Es un peregrinar paso a paso, para el que nos capacitan el don de la gracia de Dios, y la fe que Él le da a todo creyente. De hecho, Dios quiere celosamente que caminemos en
esa dirección, hora tras hora, día tras día, año tras año.
Puntos para meditar.
¿Está dispuesto a permitir que el Gran Cirujano realice una operación radical de corazón en su vida? Mientras lee las Escrituras y medita en ellas, pídale al Espíritu Santo que le revele todos los rincones secretos y los armarios privados que usted nunca le haya entregado completamente a Él.
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